“No podemos bajar los brazos”
Carlos Ianni, director del CELCIT.
Ubicado en el Casco Histórico de la ciudad, el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT) es motivo de orgullo por parte de los representantes de la cultura, no solo de la Argentina sino también de América
Latina e, inclusive, otros países como España y Portugal. Durante 14 años la sede estuvo situada en Bolívar 825 y a partir de 2007 funciona en Moreno 431.
“Hasta 1992 fuimos una institución itinerante, cuya sede pasó por varios lugares -como la Casa de Castagnino y el teatro Margarita Xirgu- hasta que pudimos alquilar el local de Bolívar, lo que nos permitió empezar a pensar a mediano y largo plazo. La puesta en marcha de ese espacio coincidió con la llegada de Juan Carlos Gené, docente y director que estaba en el exilio (ver recuadro). En el año 1993 se comenzaron a programar talleres y espectáculos en forma permanente”, explica Ianni.
El Sol: ¿Cómo fue evolucionando el CELCIT en estos más de 40 años?
C.I.: El origen se remonta a 1975; se fundó a instancias del Ateneo de Caracas (organizador de más actividades que el propio Ministerio de Cultura de Venezuela) y del que dependió los primeros tres años. En esa época veíamos cómo iban “cayendo”, una a una, las democracias en América Latina. Entonces se convocó a una reunión de dirigentes culturales para organizar vías de acción y se creó esta institución, para que funcionara como nexo entre los teatreros latinoamericanos. En el año 1989, con la vuelta de la democracia en nuestro país, surgieron muchos grupos -como Gambas al Ajillo, Periférico de Objetos, la Organización Negra y El Club del Clown, entre otros- que tenían la tarea muy importante de renovar el teatro tradicional argentino y que funcionaban en condiciones de marginalidad no deseadas. Entonces los desafié a hacer un festival con todas las obras juntas en un par de semanas, cobrando entrada y en horarios centrales, de manera que pudiera llegar el público que no iría a las dos de la mañana al Parakultural, por ejemplo. Lo hicimos en la Gran Aldea (que lamentablemente ya no está) y fue un suceso. Gracias al CELCIT pudieron salir de gira y comenzó un largo camino en el que crecimos juntos.
Otro mojón importante fue alrededor del año 2000, a partir de la aparición de internet. Contar con esta herramienta fue fundamental para una institución como la nuestra, cuyos objetivos son la interrelación, el contacto y la difusión del teatro. Siempre cuento que en ese entonces nosotros editábamos un boletín de doce páginas. Producíamos los contenidos, los diseñábamos, llevábamos a imprimir, los ensobrábamos, preparábamos las etiquetas para los sobres, los llevábamos hasta el correo y luego a rezar para que llegaran a destino. Lo hacíamos cada dos meses, con un presupuesto para seiscientos ejemplares. Hoy en día llegamos cada 48 horas a más de 70.000 personas y compañías de teatro y otro tanto a través de las redes sociales. Nuestro sitio web (www.celcit.org.ar) tiene un millón de visitas anuales. Algo similar sucedió con la revista que editábamos con mucho esfuerzo y, a partir de la digitalización, ya llevamos cuarenta números on line y más de cuatrocientas obras de teatro publicadas.
Con el traslado a la sede de Moreno, también ganamos espacio (de 200 a 600 m2) y la ayuda de toda la comunidad teatral del país. La última renovación es la de los documentales que hacemos sobre Técnicas y oficios teatrales, Escena iberoamericana y la Inspiración y creatividad, a través de encuentros abiertos con el público.
¿Qué actividades se ofrecen en la actualidad?
A mediados de enero comenzamos con los talleres intensivos de verano, en febrero arrancamos con la temporada de espectáculos y en abril programamos los talleres de formación anuales y los cursos a distancia. El 17 de marzo estrenamos “Pequeñas dosis”, que son cinco obras teatrales breves e independientes, pensadas en un mismo espacio escenográfico y similar concepto de iluminación. Contamos con precios accesibles, que van desde $150 para estudiantes, entre otras promociones. Yo soy de la idea de que “no se va a ver una obra, sino a vivir una experiencia”, que comienza antes: primero reservando la entrada, además el viaje, etc. Cuidamos los detalles (que los baños estén limpios, que la función empiece a horario) para que ver el espectáculo sea lo más confortable posible. Una de las cosas que me satisface es que buena parte de público viene sin saber de qué se trata lo que va a ver, porque está seguro que no lo vamos a defraudar.
¿El público está cambiando a partir de la aparición de las nuevas plataformas tecnológicas?
El teatro es una comunión dada en un mismo tiempo y lugar, que implica la celebración de la vida. Nunca hay dos funciones iguales porque están vivas. Esa ceremonia, esencial para el hombre, no va a desaparecer nunca. Es una necesidad de la que el espectador sale transformado. Si no hay políticas públicas que fomenten el acceso del ciudadano al teatro, vamos a estar en problemas.
Ianni habla en voz baja, suavemente. “Militamos por la igualdad, somos activos y consecuentes con las causas justas”, define con la capacidad de percibir lo que sucede en el entorno. Como -recuerda- pasó con el ciclo “Mujeres a la obra”, una de las pioneras con temática feminista y cuando las actrices decidieron salir a saludar con los pañuelos verdes.
A los 65 años, ya sabe que el 31 de diciembre de este año dejará su puesto ejecutivo en el CELCIT para dirigir teatro y seguir capacitando a profesionales, su verdadera vocación. Confía en el equipo que tomará la posta: “Si uno es imprescindible, algo ha hecho mal”, sentencia.
Vecino del barrio desde la época de estudiante de Bellas Artes -cuatro décadas atrás-, observa los cambios que provocan los vaivenes económicos, en función de la relación peso-dólar, el turismo y la pérdida de la fisonomía tradicional de San Telmo. Disfruta caminar por el barrio: la plaza Dorrego, el parque Lezama, el boulevard Caseros. Afirma que lo que más le gusta del vecindario es que “todavía somos un barrio y que está a un paso de todo”.
Inevitablemente, surge el tema de la crisis que afecta a todos los rubros. “El ocio es lo primero que se recorta”, sostiene. Cuenta que hace unos días se cruzó con una compañera que está a punto de cerrar su estudio y cómo lo sintió ¿Qué hacer entonces para resistir?, pregunto. “Si la dictadura no pudo con nosotros, no podemos bajar los brazos ahora”, responde.
Diana Rodríguez