Nuestra historia y nuestro presente
Muchos de ustedes se preguntarán por qué insistimos sobre los valores tangibles e intangibles de nuestro barrio San Telmo.
Aquí les hacemos saber algunos de los argumentos que esgrimimos para que se entienda el orgullo de vivir en un lugar con historia y características singulares.
San Telmo es el barrio más pequeño de CABA ya que tiene una superficie de 1,2 km2 y vivimos en él alrededor de 25.000 personas. Sus límites son: Chile, Piedras, Avenida Caseros, Defensa, Avenida Martín García, Avenida Paseo Colón, Avenida Brasil, carril suroeste de la Avenida Ingeniero Huergo (entre Juan de Garay y Brasil), Avenida Ingeniero Huergo. Asimismo, los barrios vecinos son: Al Este Puerto Madero / al Oeste Constitución / al Norte Monserrat / al Sureste La Boca y al Suroeste Barracas.
En el momento de su fundación, todo giraba alrededor del Fuerte construido cerca de la ribera del Río de la Plata, porque era el sector donde se desarrollaba la actividad. La mayoría trabajaba en el puerto y residían en los alrededores, por eso el lugar se llamó la “Residencia”. Pero la actividad comercial fue creciendo, lo que dio como resultado que parte de la población tuviera un considerable poder adquisitivo que originó la construcción de importantes viviendas en la zona -que fue denominada “Alto de San Pedro”-, algunas de las cuales todavía perduran a pesar de los vaivenes producidos por el actual desarrollo inmobiliario y la modernidad que tiene el concepto de que todo lo antiguo puede ser desechado. Esto se produce por la ignorancia de nuestra historia y el permanente desmedro de nuestros valores.
Debido a ese desarrollo socioeconómico de parte de las clases altas, en la centuria del 1800, nuestro barrio se caracterizaba por ser un lugar donde transcurría una importante vida social en la cual las familias adineradas realizaban tertulias con los lujos propios de esa época.
Todo esto fue trastocado por la epidemia de fiebre amarilla que destruyó prácticamente la vida de la pequeña aldea. Los más pudientes se mudaron a lugares más alejados, abandonando sus enormes residencias, para salvar sus vidas. Los más pobres sufrieron las consecuencias letales de la enfermedad.
Con el transcurso de los años, los inmigrantes llegados de Europa alquilaron y/u ocuparon cada habitación de esos inmuebles con una familia, armándose así los famosos conventillos. En ese momento el barrio se transformó en un asilo de inmigrantes corridos de sus países por el hambre y la guerra. Ahora, observando nuestra historia, muchas veces no podemos creer que a los argentinos nos traten despectivamente de “sudacas” cuando Argentina le abrió los brazos y el corazón al mundo en uno de los peores momentos de la historia de la humanidad.
Pero dejemos de lado esos detalles y volvamos al hermoso San Telmo, que revivió de la mano del Arquitecto José María Peña en los años setenta cuando lo salvó de la destrucción y lo transformó en un polo turístico cultural. Tampoco a él se lo recuerda como deberíamos hacerlo todos y cada uno de los habitantes de la Ciudad, especialmente los santelmeños.
Ahora se ha convertido en un polo gastronómico con el cual es difícil convivir porque en él se da el famoso “todo vale”, por lo que los vecinos sentimos el avasallamiento de una forma de vida que podría ser interesante si los comerciantes cumplieran con las más elementales normas de respeto, tanto en lo que se refiere a horarios de apertura y cierre de sus actividades como a limpieza, prolijidad y cuidado de los locales y veredas.
San Telmo dejó de estar olvidado para posicionarse en el centro del turismo interno y externo. Sería interesante que las autoridades pusieran el foco no solo en la seguridad (ver foto de la enorme y peculiar garita policial plantada en la histórica Plaza Dorrego) sino también en la pulcritud, reparación y restauración cuidadosa de la zona.