Nuestros compañeros, los árboles
Llegó la primavera. Propongo un ejercicio de observación. La próxima vez que caminemos por las calles de la ciudad, observemos con detenimiento solo los seres vivos de tamaño visible con los que nos encontramos. Por una vez no miremos publicidades, ni carteles luminosos, ni cartelería oficial, no leamos los titulares de los diarios en los kioscos, no nos detengamos a ver los precios en los comercios, no miremos los números de los colectivos. Para qué mirar todo eso si no vamos a consumir, ni vamos a tomar un medio de transporte. Solamente está permitido mirar los semáforos, por nuestra seguridad y la de las demás personas.
Entonces ¿Qué miramos? Según el barrio que estemos recorriendo nos encontraremos con pocos o muchos representantes de los reinos vegetal y animal.
Miramos a las personas ¿Qué están haciendo? ¿Parecen tranquilas o preocupadas? ¿Van solas o en grupo? La mayoría tiene colocado un barbijo. Muchas están absortas mirando la pantalla del celular.
Miramos y escuchamos aves, perros, gatos. Si tenemos suerte veremos alguna mariposa y flores en las ventanas y los balcones y las terrazas y los patios. Alguna bandada de movedizas golondrinas o un grupo de sonoros loros.
Y de pronto, ahí están ellos. En el mismo lugar donde estuvieron este invierno, este otoño y el verano pasado. Nuestros compañeros los árboles. Son los seres vivos más longevos, así que tal vez esos árboles estén allí desde antes de nuestro nacimiento y permanezcan allí cuando ya no estemos. Es por eso que forman parte de nuestra historia personal y social, de nuestros recuerdos, del paisaje cotidiano y de la identidad barrial.
Hay uno en particular que nos resulta más conocido y cercano que los demás. Hoy está cubierto de hojas tiernas, pequeñas, de un verde brillante que solo se ve cuando brotan. Algunas aves se balancean graciosamente en las ramas más finas. Y miramos el tronco, ese tronco añoso donde se concentra toda la edad, todas las huellas de los años vividos. Y entonces, notamos que tiene cicatrices y huecos de las podas y mutilaciones de años anteriores. Este año, durante el ASPO, tuvo la suerte de que no lo podaran, de que no lo lastimaran, de que no le cortaran ninguna de sus gallardas ramas ¿Cómo sería este árbol si no lo hubieran destrozado reiteradamente? ¿Cómo sería su copa? ¿Cuánto follaje le quitaron?
Así son las primaveras en las calles de mi ciudad. Primaveras de troncos destrozados y hojas nuevas. Primaveras con pilas de hojas verdes en las veredas porque es época de “poda verde”. Primavera de colores de flores en copas casi transparentes.
Y la próxima primavera, ese árbol que conocemos y amamos, ese árbol que expresa la vida cambiante de cada estación, tal vez ya no esté. Tal vez caiga bajo las motosierras y sea cortado en rodajas y los pájaros ya no tendrán dónde posarse y las personas ya no se cobijarán bajo su follaje que protege del sol, de la lluvia, del ruido y del agobio de los carteles.
Seguramente muchas personas no compartirán estas experiencias de vida. Para ellas va el texto informativo: Los árboles no están en las ciudades solamente por razones estéticas, aunque indudablemente proporcionan belleza. El follaje de los árboles produce por fotosíntesis el oxígeno que respiramos y fija dióxido de carbono (una de las sustancias cuya acumulación produce calentamiento global). El follaje frondoso evita la contaminación visual y sonora, nos protege del calor agobiante y del sol en verano haciendo que la temperatura disminuya hasta 9 grados en las calles arboladas. Las hojas absorben gases nocivos y retienen micropartículas del aire contaminado. Sus raíces aumentan la infiltración de agua en el suelo, las copas frondosas ralentizan la caída del agua de lluvia, proporcionan lugar de anidación y cobijo a las aves. Tanto por su efecto de disminución del efecto de isla de calor en las ciudades, como por su absorción de agua y ralentización de la caída de agua son nuestros aliados en la mitigación de los efectos del cambio climático que ha producido un aumento de la temperatura media en nuestra ciudad de, aproximadamente, un grado en los últimos sesenta años y un aumento de los episodios de lluvias copiosas.
El paisaje arbolado beneficia nuestra mente y espíritu, disminuyendo el nivel de agresión urbana y generando sensación de sosiego, aunque muchas personas no sean conscientes de ello.
El arbolado urbano es, además, parte de nuestro patrimonio cultural y un atractivo turístico y al destruirlo se está arrasando con el patrimonio paisajístico de los ciudadanos y ciudadanas de la CABA.
El árbol es un bien social y el paisaje forma parte de nuestra identidad cultural y de nuestra memoria individual y social. Es responsabilidad del GCABA la educación de la población sobre los beneficios de la arboleda urbana y la concientización sobre la categoría de bien común que tiene el árbol como entidad natural. Sin embargo, los árboles no reciben el cuidado que merecen para su adecuado estado sanitario. Las podas terminan por provocarles enfermedades, vulnerabilidad ante el viento y muerte prematura. El maltrato a las raíces, en aceras y plazas, ocasiona su caída o su muerte temprana. Necesitamos que se dedique menos dinero a podas y extracciones y más dinero a cuidado y plantaciones. Habrá que tener en cuenta que los árboles no se reemplazan uno a uno ya que la pérdida de los beneficios ecosistémicos y sanitarios del follaje frondoso de un árbol añoso no se compensa con el follaje de un árbol joven recién plantado.
Necesitamos un cambio de paradigma, una nueva mirada que valorice a los árboles y que permita que logremos un arbolado urbano sano y vital, para quienes habitan y transitan esta ciudad y para las generaciones futuras.
María Angélica Di Giacomo
Fundadora de
Basta de Mutilar Nuestros Árboles