Otra manera de fomentar la educación
“El arte cura”. Esta frase la repite una y otra vez María Celestina Malagoli, Presidenta de la “Fundación por el arte hacia la vida” desde el año 1994. Esto parece no diferenciarla de ninguna otra, pero cuando comenzamos a correr el velo de cómo y por qué “Tina” llegó a crearla, sorprende.
Alertados de su actividad por Efraín Cruz, es que nos pareció que -en el mes donde comienza el ciclo lectivo y la educación muchas veces es un comodín para la coyuntura- es imprescindible mostrar su obra.
El Sol: ¿Cómo iniciaste esta actividad social?
MCM: Cuando estudiaba Bellas Artes en los años setenta tenía compañeros que estaban muy bien económicamente, venían de viajar por Europa donde conocían las drogas y en las fiestas se revolcaban en el suelo y se ponían a llorar. Me preguntaba qué les pasa, por qué hacen esto, por qué ese sufrimiento. Se ve que me quedaron esas preguntas en mi cabeza y traté de armar algo con el arte, para poder ayudar a paliar -aunque sea en parte- ese sufrimiento.
¿Entonces hiciste de tu profesión un servicio social?
® Siendo ya profesora de arte fui al CENARESO (Centro Nacional de Reeducación Social) para capacitarme en el tema de las adicciones y una vez realizado el curso -como depende del Ministerio de Salud de la Nación- hice la residencia como los médicos. Éramos veintidós en el grupo, todos psicólogos y yo la única artista plástica. Los profesores nos preguntaron por qué queríamos realizar esa actividad y mi respuesta fue que con el arte se podían expresar muchísimas cosas que quizás en la terapia no se veían ya que trabajando desde el afuera uno cambia el adentro, como decía Carl Jung (prestigioso médico psiquiatra -1875/1961-). Yo quería hacer eso, cambiar el interior cambiando el exterior, desde el arte.
Estabas convencida de que el arte podía ayudarlos en esa situación extrema…
® Cuando estaba haciendo la pasantía, saqué unos atriles al parque del CENARESO, puse música -Primavera de Vivaldi- y los chicos pintaban tranquilos, en silencio; no estaban escuchando rock pesado o rascando las paredes para irse. Los psiquiatras, absortos, no entendían qué pasaba.
Los estimulaste para que se expresen de una manera diferente
® Seguramente. Después de eso les dije que íbamos a exponer en el San Martín, como para motivarlos, aunque en realidad no conocía a nadie ahí; sin embargo, logramos hacer una exposición con el trabajo de los pacientes.
Luego de esto, el director del CENARESO me propuso ser de Planta Permanente. Fue todo un dilema porque yo tenía 40 años, era directora de publicidad de la Revista La Maga -mi hermano era socio- y ganaba muy bien, por lo que le contesté que lo tenía que pensar. Mi hermano me dijo que si me gustaba lo hiciera y evaluando decidí aceptar, por lo que soy la única artista plástica nombrada en el CENARESO en Planta Permanente.
¿Cómo introdujiste a las otras ramas del arte?
® Las autoridades, como siempre, me dijeron que no había plata y les contesté que no hacía falta porque en Cultura y en Ciudad les pagan el sueldo a artistas, así que el director fue a plantear la idea y entraron alrededor de catorce artistas que comenzaron a enseñar cerámica, teatro, historieta… Cambió todo, entró el arte en el CENARESO.
¿Cómo coordinaban las actividades?
® Al principio los psicólogos eran bastante reticentes para coordinar con los artistas, porque en realidad no sabían cómo. Entonces me encargué de explicarles a mis colegas de qué manera tenían que trabajar con ese tipo de pacientes y se llenaron todas las internaciones de distintas artes. Yo les decía a los psicólogos que observaran lo que hacían los pacientes, porque ahí estaban diciendo todo lo que les pasaba.
¿Se hizo alguna muestra?
® Se realizó una obra de teatro recreando sus historias y cuando la estrenaron, los psicólogos se quedaron asombrados por cómo lo/as chico/as expresaban sus vidas. Ahí entendieron un poco lo que significa el arte en estas problemáticas. También hacían historietas y escribían sobre su familia, cosa que les servía a los psicólogos para usar en las terapias. Fue muy interesante.
¿Cuál era entonces tu tarea en ese momento?
® El curso que había hecho era de socio-terapeuta o sea de trabajo en grupo, daba mi taller y después hacía todo el trabajo grupal que significaba controlar las tareas de los pacientes. Era como una mamá en la casa, sabía si habían ido a terapia o no, si habían puesto la mesa, si habían limpiado, ordenaba los horarios por ejemplo ponía gimnasia a última hora para que estuvieran cansados y se fueran a dormir, les hacía hacer meditación poniéndoles los diskettes de esa época que luego ellos me pedían y en vez de escuchar rock tranquilizaba sus enojos al cambiar la vibración y se mejoraban; introduje un cambio muy importante en el tratamiento.
¿Y ellos cómo tomaron ese cambio evidente?
® Inventé un estilo, les ponía témperas, papeles, los hacía meditar y en ese estado pintaban. Después, miraban sus trabajos y en vez de interpretárselos yo, lo hacían ellos mismos. El adicto es muy sensible al arte, entonces decían: “Estoy jodido, mirá pinté el cielo negro”. De esta manera saqué un código de lo que les pasaba, por ejemplo: si pintaban rojo y negro se estaban drogando; cuando pintaban colores más vivos estaban mejorando; cuando pintaban los cielos negros yo le decía al equipo que no podían salir porque veían en el afuera lo oscuro.
Creaste un método a través de la observación
® Fue muy interesante, incluso gente de Salta -que vino a cursar adicciones- me preguntaban dónde estaba el libro que yo había escrito con toda esa experiencia -porque estaba inventando un estilo de tratamiento diferente- y me hacían reír.
¿Cómo te relacionaste con San Telmo?
® En 1994 salió la personería jurídica de la Fundación y los padres de unos pacientes, que eran empresarios, pusieron el dinero para que pudiera abrir el Centro de Día de Adicciones en la calle San Juan 443 -CABA-. El lugar era específico en adicciones, había un director médico, psicólogos y parte de las actividades se relacionaban con el arte. El último tiempo -año 2000- con todo lo que sucedió políticamente, nos vinculamos con Adolfo Pérez Esquivel (Premio Nóbel de la Paz) porque ellos trabajaban para sacar a lo/as chico/as de la calle. Hicimos una red, donde -por ejemplo- a las chicas que estaban con sus bebés en las boleterías de Constitución y Retiro, las traían a la Fundación y allí hacían actividades artísticas, luego una terapeuta les daba lo que hubiesen ganado si estaban en las ventanillas de las terminales de trenes pidiendo. Eso lo articulamos.
¿Cómo reaccionaban ante esta manera de contenerlo/as?
® Pasó algo muy singular, lo/as chico/as al ver un chalet tan grande y hermoso no querían entrar porque decían que ese no era un lugar para ellos porque no se creían merecedores de ese espacio para realizar actividades y yo les decía que les pertenecía, porque la Fundación era de ellos.
¿Cuál es tu balance de ese momento?
® El resultado fue bueno, pero no logré congeniar con las obras sociales porque en esa época se negaban muchísimo las adicciones. Las obras sociales no aportaban, nadie aportaba, fue muy complejo sostenerlo, lo hicimos con lo que nos daban esos padres que eran empresarios, pero no conseguimos subsidios porque a las Fundaciones se las relacionaba con el lavado de dinero y no para trabajar con chico/as, tampoco lográbamos nada de Ciudad ni de Nación.
Igual tuvimos muchos pacientes, hicimos capacitación para jueces y fiscales porque sucedía que no sabían derivar. Agarraban cualquier carpeta de cualquier institución y derivaban a lo/as chico/as a un sistema cerrado cuando a lo mejor necesitaba un sistema abierto; no entendían el tema de adicciones.
¿Cuándo dejaron el inmueble de la calle San Juan, cómo seguiste?
® Fui al ONABE (Organismo Nacional de Administración de Bienes), pedí un predio y
con mi trayectoria en CENARESO, además de dos años en integración en crisis y haber tenido un lugar, como Fundación, correspondía que el Estado me cediera un espacio. Una vez que presentamos los papeles legales, el director me dijo que tenía puentes y galpones para ofrecerme y le contesté que soy creativa, por lo que me designó un arquitecto para que viera lugares con él. Yo quería cerca de una villa o de Constitución o un lugar donde se necesitara, entonces fuimos a Barracas bajo el ferrocarril, estaba lleno de tierra, ratas y pasto que me pasaban en altura. Elegí ese lugar aunque el arquitecto me dijo que era horrible, pero como insistí el director me dijo que me lo daba por dos años y si no hacía nada tenía que devolvérselo. Es un predio de 2000m en el que, con la intervención de la Corporación Buenos Aires Sur, logramos urbanizarlo.
¿Actualmente cuál es concretamente tu actividad?
® Ahora me dedico a hacer prevención inespecífica o sea todo lo que se pueda en cuanto a actividades, para que los/as chico/as no se droguen. Ofrecerles ocupaciones en la Fundación para que no estén en la calle; capacitarlos para que tengan salida laboral, pero sin hablar de adicciones ni nada de eso. Incluirlos socialmente.
Utilicé otra lógica: prevención; qué necesitan lo/as chico/as para no drogarse. Teniendo en cuenta que si dejan el colegio secundario quedan fuera del sistema para siempre, entonces formé un lugar de capacitación, de estudio, de formación.
¿Qué significa prevención inespecífica?
® No trabajo el tema droga, no se les habla de eso; hago actividades donde los adolescentes están contenidos, están capacitándose, formándose para el trabajo y no están en la calle, no tienen tiempo de estar con la delincuencia.
¿Cómo consiguen los profesores?
® Hice un convenio con la UOCRA, para que den talleres de albañilería en combinación con el Ministerio de Trabajo de la Nación. Ponen los materiales y muchos alumnos enseguida consiguen trabajo, incluso van a una bolsa de trabajo del Ministerio; eso es inclusión inmediata, porque quizás lo/as chico/as tienen dificultades para estudiar y de esta manera logran una salida laboral.
También tenemos convenio con la UMET; la Universidad Siglo XXI; la UOM; con Luz y Fuerza este año comenzaremos con varios talleres; con la UNA -Universidad Nacional de las Artes- haremos actividades de arte con salida laboral como talleres de oficio para escenografías o la confección de vestuarios para los actores, toda la trastienda de las obras de teatro, los oficios relacionados al arte.
Por otra parte, la UBA nos manda abogados, médicos, arquitectos que con esta actividad devuelven a la sociedad lo que recibieron en su momento de ella. Ellos los incentivan para que rindan el CBC a fin de que ingresen a la universidad y de esta forma se realiza la inclusión social.
De la parte Cultura y Ciudad hay un taller de murales en este momento y siempre dimos clases de todos los programas de computación.
¿Lo/as chico/as se acercan o hay que “buscarlos”?
® Hay más de 40/50 chicos que ya vienen solos a apoyo escolar. Los padres pueden mandarlos al colegio, pero no pagarles un profesor particular y entonces ante la dificultad, abandonan. Casi todos son de la villa 21-24, entonces los narcos comienzan a instarlos a vender droga y eso dificulta todo. Nosotros consideramos que ningún chico nace delincuente, sino que lo hace una sociedad injusta que lo discrimina. Por eso se habla todo el tiempo del chico de gorrita, del que roba el celular, del que hace esto o aquello, porque son emergente sociales.
Es más fácil echarle la culpa al más débil o al indefenso
® Cuando una sociedad está enferma busca un culpable, igual con la familia. Hemos encontrado muchísimos adictos donde el único sano es él, los enfermos son los familiares y esta sociedad -que está bastante enferma- apunta a los chicos, pero no quiere resolver porque no les interesa hacer el esfuerzo para que se inserten en ella.
La Fundación está en la calle California 2325, CABA y “tenemos chicos que vienen desde San Telmo porque no hay muchos lugares donde puedan ir gratuitamente para apoyo escolar o para hacer otras actividades, por eso las difundo también allí, porque siempre estamos relacionados”, agrega Tina.
Celestina es categórica, clara, contundente, hasta podría decirse que su visión desde el conocimiento desnuda lo que no queremos ver: somos indiferentes y solo nos dedicamos a señalar con el dedo a quienes no pueden defenderse; nunca somos capaces de indignarnos ni de aislar a los que han producido este desquicio social. Es más, nos encandilan sus lujos y muchas veces les hacemos la reverencia.
Isabel Bláser