Otra mirada
Mónica Lacarrieu
Cuando hablamos de San Telmo generalmente ponemos el foco en su innegable patrimonio edilicio, pero hoy nuestra curiosidad se centra en la convivencia del crisol de razas que conforma este barrio. Por eso le pedí a mi vecina -Mónica Lacarrieu- que nos ayude a entender ese fenómeno.
Mónica es -entre otras cosas- Antropóloga (ver recuadro con su breve historia de vida profesional) y para conocerla un poco más, cuenta: “Nací en Chacarita, viví en Barrio Norte cuando casé y al separarme compré un departamento en San Juan y Paseo Colón, porque mi pareja de ese momento había vivido casi toda su vida en Catalinas Sur y me ¨trajo¨ al sur. Cuando convivimos, compramos esta casa. Pero no hay casualidades, porque mi abuela residió por esta zona, alrededor de 1905 o sea que es como volver a mis orígenes”.
Se recibió de profesora en la Escuela Nacional de Danzas y varias veces cambió de idea en cuanto a qué carrera seguir, “hasta que un día dije ¡Antropología! y fue -por un lado- bastante shockeante para mi mamá que esperaba que fuera abogada y -por otro- toda una experiencia el hecho de llegar a la Facultad de Filosofía y Letras viniendo de un colegio con las características del Lengüitas. Como hice dos tipos de carreras (entre los años 73-76 y 76-80), me tuve que formar después”; recuerda Lacarrieu.
Y continúa, “viajé al norte del país a experimentar la práctica de la arqueología, pero -aunque me encantó Tilcara- dije: esto no es para mi. Por su parte mi primer marido, arquitecto, me acercó a la Sociedad Central de Arquitectos, donde funcionaba un equipo dirigido por Marcos Winograd, en cierto modo replegado. Trabajaban con la villa 21-24 de Barracas y como me interesaban los temas vinculados a los sectores populares, decidí integrarme a ellos y enfocarme en lo social. Fueron tiempos en los que esos trabajos, así como la idea de hacer antropología social, no eran posibles. Recién con la recuperación de la democracia pude ingresar en empleos formales, en el Museo de la Ciudad y en la Universidad de Buenos Aires. Un grupo de arquitectas que trabajaban en el Museo, en relación al Casco Histórico, me acercó a la problemática de los conventillos de La Boca. Así fue como inicié mi carrera, a través de becas en la UBA y el CONICET, centrándome en políticas de vivienda (mi tesis fue sobre ese tema), en la rehabilitación de conventillos, también trabajé en el programa RECUP-BOCA y en villas, hasta que dejé el GCBA”.
“Al poco tiempo fui a México por seis meses para hacer una estancia de investigación con Néstor García Canclini -antropólogo, escritor argentino radicado allá- pero ya estaba trabajando en un proyecto colectivo que se refería al centro histórico (1992), mediante un subsidio de la Fundación Antorchas, que nos permitió realizar un trabajo etnográfico de la plaza Dorrego”, relata Mónica.
Esa referencia nos dio pie para consultarle: ¿La diversidad que existe en San Telmo es un valor?
M.L: Como vecina y antropóloga me parece un valor fundamental. La diversidad es un valor porque las ciudades no crecen con gente parecida, sino con migrantes. Lo que hay que ver es qué tipo de diversidad y cómo se construye. La idea acerca de que la gente que vive en los barrios cerrados es toda “igual”, es una invención iniciada por los arquitectos y el mercado inmobiliario que, como planificadores urbanos, tratan de que así sea. Allí la gente tiende a construirse hacia adentro y no por ello desaparecen los conflictos. San Telmo tiene algo buenísimo, es increíble que haya sobrevivido a la recualificación, como sucedió con los otros centros históricos (Quito en Ecuador o Bahía en Brasil), donde se los “embelleció” con una estética similar, instalando determinados comercios, restaurantes temáticos, que intentan incluir la diversidad pero que lleva a la expulsión de los pobladores “originarios”. En San Telmo, el gobierno local, el mercado, las asociaciones de anticuarios intentaron que cambiara y se recualificara. Algunas zonas -como el conjunto Balcarce-Chile o alrededores de la plaza Dorrego- lo hicieron, pero aun así es un barrio que tiene todo lo bueno y lo malo, pero sobre todo está lleno de “grises”.
¿Entonces, la diversidad suma?
Para muchos la diversidad es un valor positivísimo, mientras esté lejos. Cuando vienen a pasear es bárbaro, pero el que vive acá tiene que aceptar que la tiene cerca y eso es otra historia. El que llega de otro lado lo ve como raro y le sería muy difícil tomar como propia esa parte de la diversidad que no siempre es exótica (como se nos quiere “vender” a través de fiestas de migrantes, por ejemplo), sino que puede ser conflictiva y a veces llena de matices negativos lo cual hace que la realidad cotidiana se vuelva más compleja, pero también más atractiva (aquí es donde suma). Es un lugar lleno de mixturas, algunas más visibles, que logran una riqueza impresionante que excede las fachadas históricas. Esto solo no serviría, si no hubiera gente que discute y disputa el espacio. Es como lo de las rejas del parque Lezama, sin los vecinos que disputan el parque no tendría valor la no reja o la reja porque sería -simplemente- poner o no una frontera de metal. El gran valor está en la disputa social y acá la hay constantemente; estamos en un momento en que se ve muy claro.
¿Siempre sucedió esto?
Se nota un proceso de ebullición social desde 2002 en adelante, a partir de la crisis socioeconómica. No es que no lo haya habido antes, pero fue un punto de inflexión. Las asambleas que se armaron -de distintas extracciones sociales y políticas-; el hecho de que los pobres se visualizaran más; todos los procesos conflictivos que se originaron (como el desalojo del ex PADELAI) dando lugar a acontecimientos “dramáticos”, que llevan a que el conflicto se haga visible y aparezcan interviniendo diferentes sectores sociales, dan cuenta de la disputa social; es decir que hay dinámica. El patrimonio cultural, no es solo un conjunto de bienes congelados, sino que se constituye en torno de la dinámica social, la cosa de todos los días y eso tiene San Telmo. En aquel momento hubo salida a la calle y acá fue muy fuerte y se mantuvo en el tiempo. Otros barrios tuvieron asambleas pero se fueron replegando, formando asociaciones barriales. Aquí hay casas tomadas y eso casi en ningún lado sucede, se debe -en parte- a que se disputó la calle y todavía se lo sigue haciendo, es una particularidad del momento -y por qué no del lugar- pero tiene su proceso histórico.
¿Creés que el barrio mantiene su idiosincrasia?
Los comerciantes históricos cierran a la hora de la siesta, como en un pueblo. Esto es un valor increíble que existe, al mismo tiempo que los nuevos restaurantes o los diseñadores no logran hacer pie, ni terminar con lo otro. Incluso hay galerías de arte -que están tan mezcladas que hasta son casi invisibles-, además de las casas tomadas u hoteles pensión lo que implica la circulación de distintos niveles sociales. El gran tema de las ciudades de principios de siglo XX fue pensar en cómo hacer para que la diversidad pudiera coexistir sin conflicto y pareció no lograrse. ¡Vengan a San Telmo para verlo! Aquí se puede convivir sin problemas o sea, es posible.
¿Existe aquí el concepto de aldea?
La aldea supone que algo está aislado del resto de la ciudad o del mundo. Estoy pensando en los antropólogos clásicos que usaban ese término en cuanto a la aldea indígena, alejada de la metrópoli. No creo que San Telmo esté alejado de nada, sobre todo porque tiene vínculos con todas las zonas de influencia del macro o microcentro e incluso con la provincia, con las autopistas o puentes. Hay cantidad de gente que circula que no es del lugar, pero que viene a participar de determinadas acciones. Está sumamente conectado y creo que ese es otro valor muy interesante, además de no ser un colectivo homogéneo alejado del resto de la ciudad.
¿San Telmo es una mini cultura?
No creo en la mini cultura, porque sería también decir que somos todos iguales y no es así. Hay que mirar procesos históricos, sociales, culturales que llevan a que este centro histórico no cambie y que Quito, por ejemplo, sí lo haga a pasos agigantados. Pero el “no cambio” no implica que nos encontremos en un sitio estático. Pareciera que todos los centros y los procesos son iguales, pero es mirando el curso histórico que podemos desmontar la idea de nuestra “mini cultura”. Una ventaja es que hasta los años 60 se había olvidado -en el imaginario popular- que San Telmo era y es un barrio histórico. Por eso hay edificios modernos que son de esa etapa y hay avenidas donde se demolieron otros. Ese olvido lo colocó en el mismo plano que otros barrios. Si esto no hubiera sucedido, tal vez se habría naturalizado como centro histórico y la recualificación hubiera entrado con mayor potencia. El haberlo reinventado a partir de los años 60/70 -con mayor revalorización desde los años 90- lo dejó a mitad de camino entre un barrio “común” y un centro histórico. Quizás por eso se haya mantenido o se reproduzca entre mezclas sociales y culturales.
Hay gente que quiere vivir en un barrio histórico, pero con una estética moderna ¿No es como enamorarse y luego querer cambiar al otro?
Por un lado están los antiguos habitantes y comerciantes que revalorizan el lugar y sobreviven a los cambios. Me refiero al comercio más doméstico, por ejemplo la verdulería, la mercería, la tienda que -a pesar de los cambios- no se van. Eso me parece muy interesante dentro de la transformación, es el sostenimiento de aquello que lo hace centro histórico. Pero al mismo tiempo, como la población es diversa, también hay quien quiere o acepta esos cambios -como los juegos iguales en todas las plazas- o el supuesto progreso como el METROBUS, que ha creado un impacto terrible. Uno nota que -en determinados horarios- hay un desierto total, no hay taxis ni circulación de población con lo cual los negocios cierran y el lugar se convierte en un páramo. Esto no favorece la sociabilidad intensa que aún existe y es muy valorada. Los procesos de recualificación tienden a generar esos otros de los que hablás: para aquellos que los atrajo su historia, una vez en el lugar lo ven como un espacio “viejo” y deteriorado entonces el decorarlo los enamora, la sociabilidad vecinal intensa se observa como riesgosa, porque supone encuentros diversos y desiguales, por ende, se aspira a una modernización generalizada.
¿Se valora más el patrimonio edilicio que el humano?
Aquí el patrimonio material monumental ha sido el eje, a partir del cual se constituye como casco histórico. Es uno de los lugares donde -a veces- es difícil hablar del patrimonio inmaterial, como por ejemplo la llamada de tambores que podría ser vista como marginal y no como patrimonio monumental inmaterial. Pareciera que tiene más valor el adoquín, el farolito o la casa antigua, que los negros tocando tambores por las calles del centro histórico. Ahí aparece el hecho de que el tambor hace “mucho ruido”, pero lo que en el fondo es resistido es la negritud. En realidad los afro-descendientes lo hacen acá porque llegaron a esta zona, los traficaban en la plaza Dorrego y dan una explicación del recorrido que hacían históricamente. Por otro lado los intercambios -como sucede en el mercado- son una expresión de ese patrimonio inmaterial. No el edificio, sino lo que pasa en él. Aunque ha quedado reducido a los intercambios más básicos, porque buena parte de lo que hoy se ve son anticuarios pensados para el turismo.
¿Creés que San Telmo atrae para vivir en él?
Cuando decidí vivir en esta casa, podía comprar una en un barrio cerrado y no lo hice. Pero conozco mucha gente a la que, aun haciendo trabajo social y viviendo en un lugar de clase media en la zona norte de la provincia, le sería complicado entender la lógica de este sitio. Por ejemplo que haya una pelea en la calle, es un conflicto social más visible que en esas otras zonas y es parte de nuestra vida diaria. Para los del conurbano los sonidos internalizados serían los de los pajaritos y para nosotros -además de los pajaritos, que también los hay- el motor de los colectivos, porque lo reconocemos como parte de nuestro cotidiano. Es decir que puede ser muy atractivo, pero deberá ser mirado según el imaginario de quienes pueden percibirlo de ese modo o por oposición de aquellos que no lo ven así.
Doctora en Antropología Social (FFyL-UBA)
Investigadora Principal CONICET
Profesora Universidad de Buenos Aires (FSoc y FFyL)
Directora Proyectos UBACYT y PICT-Foncyt
Consultora y Formadora UNESCO para el área de Patrimonio Cultural Inmaterial.
Texto y foto: Isabel Bláser