Otra obra del impersonal monstruo estatal

Las analogías nos sirven a veces para poner las cosas en perspectiva. Por un lado un árbol anciano derrotado por la impericia, el histórico ficus del Parque Lezama y por el otro la figura nunca olvidada del anciano Rey posando, fusil en mano, junto a un elefante derrotado también.

Recordé, inmediatamente, la frase escrita en el monumento al Cid Campeador en el barrio de Caballito: Exaltación del heroísmo y del espíritu caballeresco de la raza. Orgullosa frase, pomposa si se quiere,  que nos llena el pecho de orgullo -no solamente a aquellos que llevamos en las venas la sangre española- y es por eso que hablaba de las dolorosas analogías.

Un bellísimo árbol que durante ciento cincuenta años fue testigo de casi toda la historia argentina, que también se levantaba heroico proyectando hacia la tierra desde sus poderosos brazos una enorme copa de un verde increíble. Sin embargo y a pesar de su fuerza (quien podría haber pensado en vencerlo en un mano a mano y con una pequeña hacha) el gigante iba generando enemigos, quizá algún vecino, con amigos también poderosos a su manera, que se sintió amenazado por sus ramas o que le molestaba la vista al parque; quién sabe.

Como sea, una mañana nos despertamos con una terrible sorpresa: la Dirección de Parques de la ciudad había podado, en forma despiadada, los grandes gajos dejándolo como una caricatura de sí mismo. Ese día se escribió en el libro de la idiotez humana -que si bien es imaginario, parece estar escrito en la mente colectiva de los argentinos- una más de las tantas que lo llenan: la sentencia de muerte del coloso del parque Lezama.

Era doloroso ver como primavera a primavera el árbol languidecía llenando de hojas muertas amplias zonas de su copa y así, día a día, los vecinos lo vimos morir de a poquito como mueren los árboles. El 14 de julio de 2014 las motosierras del Impersonal Monstruo Estatal (ese que nunca se hace responsable de nada) terminaron la obra de algún burócrata falto de ideas, transportando para siempre a la memoria de algunos pocos el recuerdo de ese majestuoso ser que todos los días nos daba su sombra y nos recordaba lo pequeños que somos.

                                                                                              Raúl Horacio Feijóo

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