“Para mí, es un juego”
Así define la peluquera Cristina Fernández, el trabajo que realiza en el barrio desde 1972 y el que -siendo muy chica- supo que era su vocación.
El local de la calle Bolívar al 1400 tiene sello propio y está muy lejos de ser del estilo que impone la moda. En sus paredes hay fotos y afiches que cuentan su trayectoria profesional y las plantas “caseras” inundan la vista de verde.
Mientras tomamos un café, cuenta que cuando “tenía alrededor de siete años iba a la plaza y si no había ningún chico para jugar, llamaba a la peluquera -amiga de mi mamá- que estaba enfrente, para que me cruzara la calle y me entretenía ayudándola en su local juntando piquitos o lo que ella me indicara. Ya más grande, cuando tuve que trabajar, les dije a mis padres que sería peluquera. En ese momento vivíamos en Mar del Plata, vi un aviso en el diario y comencé -como se empezaba antes- barriendo y ayudando en lo que hiciera falta. Allí estuve dos años y me enseñaron muy bien”.
Y agrega: “Ya viviendo en Lanús, conseguí trabajo en un local de la calle Perú y para aprender más, comencé a hacer diferentes cursos en escuelas y laboratorios (Helen Curtis/Wella/L´Oreal). Un día el dueño me dijo: ¨Corte ese pelo¨ y aunque insistía diciendo que sin haber hecho ningún curso yo sabía cortar, me negué. Entonces me mandó a la Escuela de Peluquería de APPyA (Asociación Patronos Peinadores y Afines) donde estuve todo el día con un profesor, cortando y al retirarme escuché que le dijo: ¨Para qué la mandás si sabe¨. Eso me dio confianza”.
“Además de su superación personal, tuvo oportunidad de viajar a Francia para ver eventos que marcan tendencia por estar en la temporada anterior”; remarca su esposo, Néstor Sacchi -quien integra la República de San Telmo y sigue atentamente nuestra conversación-.
Luego de cinco años de trabajar en esa peluquería, compró el fondo de comercio del local donde atiende y, visiblemente emocionada, recuerda que “hace unos meses falleció la persona que me ayudó económicamente para que pudiera concretarlo. Fue la Sra. Bosch, dueña de Calefones Universal, que era mi clienta y vivía acá cerca. Ella me “empujó”, lo mismo que Néstor y su familia, porque sabían que esto era lo que yo quería hacer”. Y agrega: “En los años ochenta llegué a tener cinco empleados, después quedó Nilda -que luego puso su peluquería y ahora, ya jubilada, viene a darme una mano los sábados-; Graciela que me ayuda y Yanet, la manicura”.
Señala orgullosa que “por suerte tengo una clientela muy grande, la gente me ha seguido, no me puedo quejar, es una maravilla. Muchos creen que no estoy actualizada pero no es así, ya que también vienen a atenderse las hijas y nietas de las antiguas clientas y si eso fuera cierto, no lo harían. La diferencia es que si la señora mayor me pide un peinado de antes lo sé hacer y si las más jóvenes quieren algo nuevo, como sigo haciendo cursos constantemente, un movimiento nuevo de la tijera o de la mano sirve para renovarme”.
En cuanto a las nuevas tendencias, Cristina menciona que acá “no se crean estilos, los grandes profesionales como Colombo, van a Europa y estudian en una escuela, traen los cortes, colores, peinados, luego lo muestran y el resto los copiamos, siguiendo la moda. Ahora se usan las canas, el gris. Lo primero para dejárselas es estar conforme con ellas, pero en general las mujeres no se atreven porque a veces el cutis no acompaña o está muy ajado o el gris a algunas chicas jóvenes no las favorece, por su tono de piel. En cuanto al largo del pelo a mí me gusta corto, aunque la mujer argentina piensa que largo las hace parecer de 25 años, pero en realidad tienen el pelo pero no esos años”.
Con relación a la evolución de los peinados y colores, Cristina afirma: “Antes era como ahora, se usaba más el pelo lacio, pero en vez de alisarlo con la planchita hacíamos la toca. Por otro lado, el pelo recogido era muy armado, las clientas venían dos veces por semana para retocárselo; actualmente es desprolijo, pero a propósito. También se usan los rulos, que con un lindo corte quedan muy bien”.
No quiere dar consejos, pero su sugerencia a los más jóvenes es que “quieran la profesión, porque saliendo de las academias en seis meses sabrán hacer el planchado del pelo y harán plata, pero si no tienen la sensibilidad cuando tocan el pelo estarán un tiempo y no van a perdurar. Lo fundamental es el corte, es la base de todo. Con un corte se puede hacer un buen peinado o resaltar una tintura. Por otro lado, no tienen que hacer algo cuando saben que el pelo no está en condiciones. Me ha pasado no hacer permanentes porque sabía que no iban a quedar bien, por cómo estaba el cabello y aunque las clientas en ese momento no se dan cuenta y se van decepcionadas, prefiero eso ya que luego han venido reconociendo que se lo hicieron en otro lugar y les quedó mal. No me gustaría que me señalaran diciendo: ¨Esa es la que me quemó el pelo¨”. A lo que Néstor agrega: “La honestidad hace de efecto multiplicador, porque luego la recomiendan por eso”.
Me sorprende cuando cuenta que está juntando objetos “para poner un museo de peluquería. Tengo tijeras de metal que se calentaban con fuego, navajas antiguas. Me han donado cosas, que guardo con el nombre de quien me las dio”. Y recuerda cuando, para el Día de la Madre en 2010, organizaron “un desfile de modas, en la calle -en connivencia con la Iglesia Santa Catalina de Alejandría (Brasil 850, CABA)- junto con el diseñador Carlos Verón, que tiene un local al lado y las modelos eran las clientas y sus hijas. Presentamos cinco novias. Fue una fiesta”; concluye sonriente, mientras vemos las fotos del evento.
Le pregunto cómo ve a San Telmo y dice: “Vivimos en el barrio desde 1990. Está bien el cambio turístico que está teniendo, pero es caro para vivir aunque todavía hay muchos vecinos tradicionales que se quedaron por el afecto que le tienen”. Por su parte, Néstor acota: “Muchas cosas se modificaron, acá en las veredas había tilos y, sobre todo, hay muchos edificios altos. Está bueno que evolucione, pero tendrían que mantenerse algunas cosas -como la altura de las edificaciones- por ser histórico ya que, además, los turistas quieren ver lo que sucedió en los orígenes, donde hay identidad nacional, por lo que habría que conservar eso”.
Cristina agrega que le gustan “los lugares antiguos, caminar por Defensa, la iglesia, el parque” y coincide con su esposo cuando él dice: “Salimos a comer por acá, ya que la idea es gastar el dinero en el barrio para que vuelva al barrio. Todo lo que le demos lo hace crecer y nos vuelve a los vecinos”.
Hay una clienta que espera, pacientemente, que termine la entrevista y sonríe cuando su peluquera dice: “Cuando no tengo nada que hacer peino a las muñecas, porque para mí es un juego y agradezco poder trabajar y vivir de lo que me gusta”.
Texto y foto: Isabel Bláser