¿Para qué la piedra?

Carlos Calvo (3)

«¿Qué ganarías con injuriar a una piedra que es incapaz de oírte? Pues bien, imita a la piedra y no oigas las injurias que te dirijan tus enemigos.»

 Epicteto de Frigia [1]

Hoy que no andamos en carruajes con enormes ruedas de madera y tirados por caballos o mulas, entonces… ¿Para qué la piedra?

Hoy, que todo tiene que ser práctico, limpio y sustentable… ¿Para qué la piedra?

Hoy que el apuro por llegar a destino, es quien maneja todos nuestros relojes… ¿Para qué la piedra?

Argumentos  válidos, todos. Pero las piedras son incapaces de oír injurias.

De lo que sí son capaces y de eso doy fe, es de ofrecerse a jugar conmigo en los días de lluvia, (aunque había que esperar que parara de llover para poder hacerlo) cuando se formaban -entre ellas- verdaderos arroyitos o caudalosos riachos donde navegaban los barquitos de papel hechos con las hojas de mi cuaderno o aquellos veleros, bastante más elaborados, que hacíamos con media cáscara de nuez, plastilina y una vela de papel  pinchada en un escarbadientes ¡Y eso que no nos gustaban las nueces!

De repente paraba de llover y los chicos pedíamos que nos dejen ir “¡Hasta el cordón de la vereda, nada más”…! Y salíamos corriendo con nuestras embarcaciones recién terminadas y hacíamos “carreritas”, hasta que algún naufragio arruinaba la diversión.

Tan simple como eso y tan inocente.

Pero crecimos, hoy nos incomodan las piedras. Es cierto, ya no jugamos en el cordón de la vereda, ni nos divierten los días de lluvia, transitamos por los mismos lugares de la infancia sin mirarlos. Desconocemos su origen y la laboriosidad de aquellos artesanos que trasladaron piedra sobre piedra para que los carruajes de la colonia llevaran y trajeran personas o mercancías.

Más tarde, los tranvías dejarían su huella de acero en los antiguos empedrados que hoy no miramos.

Ha pasado un largo tiempo de todo eso y vivimos en una sociedad distinta. Es verdad. Pero no es cuestión de nostalgias, ni de cambiar por cambiar, ni de reemplazar sin un criterio lógico, sino de preservar lo que da identidad. Propongo entonces, que obremos como custodios de este patrimonio y pidamos a las autoridades su definitiva y necesaria puesta en valor.

Por Maria Ángela Varela

 


[1] Epícteto (en griego: Επίκτητος) (Hierápolis, 55Nicópolis, 135) fue un filósofo griego, de la escuela estoica, que vivió parte de su vida como esclavo en Roma. Hasta donde se sabe, no dejó obra escrita, pero de sus enseñanzas se conservan un Enchiridion (Ἐγχειρίδιον) o ‘Manual’, y en unos Discursos (Διατριβαί) editados por su discípulo Flavio Arriano.

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