Personaje barrial
Esquina de Chacabuco y Chile, kiosco de diarios, persona mayor encantadora. Su nombre: Félix Ramos.
Tiene 90 años y hace 76 que vive en San Telmo, siempre en un radio de tres cuadras: Piedras, Chacabuco y Chile. Nació en Tucumán y se crio en El Colmenar, una Estación Experimental Agroindustrial de relevancia nacional e internacional dedicada al desarrollo científico y tecnológico aplicado a la actividad agrícola-ganadera que había en la provincia.
Recuerda claramente que llegó a la ciudad, una noche, de la mano de su abuela y fue al departamento que habitaban sus padres en Piedras 781, hasta que su madre decidió cambiar a uno más grande en Chacabuco 630 -“porque antes las mujeres manejaban todo”-, dice. Estudió en el Valentín Gómez “cuando estaba sobre Piedras, donde ahora hay un jardín de infantes e Independencia era angosta”, agrega. Al terminar los estudios primarios debía trabajar o estudiar, como sucedía en esa época y optó por trabajar.
Comenzó “en un taller de joyería que quedaba sobre la calle Cerrito. Allí hacía anillos Chevalier, collares engarzados, aros colgantes usando piedras preciosas como esmeraldas, rubíes, diamantes. Seis personas ocupábamos la mesa para trabajar, con los materiales allí arriba y nadie robaba nada. Después la joyería se ¨vino abajo¨ porque había métodos modernos que acaparaban la solvencia de la gente, pero el trabajo no valía nada, se realizaba por medio de fundiciones que al caerse se rompía. El que hacíamos nosotros se caían cien veces y nunca se rompía”, reflexiona don Félix.
Se casó y tuvo dos hijos. “Flavio, que fue empleado muchos años en un laboratorio y ahora está conmigo en el kiosco y mi hija -quien hizo la primaria en el Mariquita Sánchez de Thomson-, que es contadora”; comenta orgulloso de su descendencia.
Trabajó como frutero y verdulero en el mercado que había en Brasil y Bernardo de Irigoyen; hizo fletes con una camioneta propia y también en el Ministerio de Transporte, hasta que “cuando murió Eva Perón me querían obligar a usar la corbata negra y yo les dije que únicamente me ponía luto por mi madre”; dice desafiante.
Don Félix, de extracción socialista, cuenta vehemente: “A Alfredo Palacios lo vi la última vez en la Av. Sarmiento y el ferrocarril, tomando un café en la confitería que había debajo del puente ¡Era un señor! Le debemos todas las leyes laborales que Perón puso en práctica, pero jamás lo nombró ni en un discurso ni en una presentación… Nunca. Perón quería ser Perón y Palacios quería ser parte de la gente. Fue el primer diputado socialista -por La Boca- con 25 años. Una eminencia”.
También fue encargado de un estacionamiento en la calle Corrientes al 700; taxista durante diez años; tuvo un puesto de pan y galletitas en la feria de Defensa y México donde “estuve un par de años hasta que me estafaron”, lamenta. Pero eso hizo que le comprara el puesto de diarios “a un muchacho que trabajaba en la Aduana, porque él no lo podía atender. Para eso saqué un préstamo bancario”, relata don Félix.
Pero lo que más le entusiasma es recordar cómo era el barrio hace años y cómo se vivía. Entonces cuenta: “Mi madre me mandaba a comprar con un papelito escrito con todo lo que necesitaba y me decía que tenía que poner las cosas duras -como papas o cebollas- abajo, para que el resto no se aplastara. La gente de la zona iba a la feria de Bernardo de Irigoyen e Independencia, donde paraban los caballos que traían la mercadería”. Y agrega: “En 1942 conocí al vasco, vestido con una chaqueta y pantalón bataraza con faja, que llevaba con una soga una vaca. La gente salía a comprarle la leche con un jarro o lo que tuviera”.
Don Félix recorre el barrio mentalmente: “Acá a la vuelta, sobre Chacabuco antes de llegar a México estaba el almacén de Andrés. Era un gallego muy trabajador y muy miserable, se pasaba hasta la medianoche remarcando. Empezó con una piecita de conventillo que daba a la calle, luego compró su casa y el negocio de al lado”. Señala que “en la esquina de Piedras y Chile estaba el bar El Viejo Londres y en diagonal la empresa de camiones La Internacional, que luego compró el Sindicato de Luz y Fuerza y ahora son departamentos”.
Sigue describiendo: “En la esquina de Chile y Chacabuco estuvo -muchos años- la rotisería de Julio y en la vereda de enfrente, una farmacia que cambió varias veces de dueños y ahora está la cervecería artesanal”. En cuanto a la estación de servicio que hay frente a su kiosco, don Félix cuenta: “Era un inmueble que llegaba hasta la mitad de cuadra, como con locales: en la esquina una peluquería, luego una lotería y quiosco, un sastre, un relojero, una mudadora. En la época de Frondizi lo tiraron, pusieron una bandera roja clavada en dos postes que decía: Vende”.
Al edificio doble de su cuadra -Chile al 700 (ver foto)- “una parte lo ocupó el empresario Francisco Cappózzolo, cuyo hijo se casó con Graciela Alfano y la otra la compró -en su momento- Clarín, pero ahora está el Ministerio de Seguridad. En 1942, subía por Chile -porque es la calle de menor inclinación hacia el puerto- una chata con cuatro caballos llevando cajones o bultos de arpillera que venían de Europa en los barcos. Entraba allí y si observan un poco, tienen el cordón redondo porque cada vez que pegaba la rueda saltaba una chispita que lo marcó”, detalla.
Sus ojos brillan cuando recuerda al tranvía. Y relata minuciosamente el recorrido del 48: “Venía de Mataderos, bajaba por Independencia, que era mano y contramano e iba hasta el bajo. Daba vuelta en el Correo -hoy Centro Cultural Kirchner- y subía por Chile hasta Piedras, doblaba una cuadra y tomaba México hasta Pozos y allí retomaba Independencia hasta Mataderos”.
De un viaje en tranvía fue testigo de algo que, ahora sabe, cambió la historia del periodismo gráfico: “Viajaba en un tranvía que iba por Piedras, cuando llegó a Alsina -en la pared de la iglesia de San Juan Bautista- había un afiche negro pegado con un dibujito de un hombre que soplaba un clarinete… no decía nada y con el tiempo descubrí que era la primera propaganda del diario Clarín, que estaba por salir. Luego tuve en mis manos su primera edición. Era el año 1945 y ahora es el más vendido”, dice mirándome fijo.
Cada vecino que pasa, lo saluda afectuosamente. Me voy sabiendo más del barrio y pensando qué bueno sería hacer reuniones donde estas personas pudieran transmitir la historia de San Telmo. De lo contrario, se la llevará el viento del olvido.
Texto y foto: Isabel Bláser