Poesías San Telmeñas

Añor-ando

Asfalto roto,
transitado.
Ponés el pan en algunas mesas,
vivís de mi caminar,
escuchás mis risas,
(nunca mi llanto),
sabés dónde iré a llorar.
Sos culpable,
cuando soy inocente.
Grandes construcciones,
que por dentro son frías,
pero cuando las miro desde arriba,
se me cae el cielo.
Avanzando, desaparecen,
dando lugar a la familia.
Salir,
ver el mismo bar,
saludar a quien en madrugadas porteñas
me despertaba y hacía reír.
Caminar derecho y derecha por Defensa,
acercándome al encuentro
con unos verdes charlatanes,
oyentes incondicionales,
excusa perfecta y primordial.
Sólo nueve cuadras.
Domingos ahogados,
mixtos,
de colores varios.
Ruido de café,
aroma a saber (o a aparentarlo).
Gente ridícula,
engañando y riendo.
Un tango saludando,
y ese perfume de almíbar
diciéndome:
«¡Buenas noches! mañana será igual que hoy y ayer»
Noches rutinarias,
¡pero era lindo estar en casa!
con los que son.
Y los que vienen…
se muestran cancheros y vivos,
pero empilchan sus penas,
porque ¡éste es el lugar!

Pasto inmune a mi caminar,
la tierra no me deja tropezar.
Se callan de día y de noche,
no cuentan nada.
No hay historias,
ni una sola baldosa por la cual
sentir siquiera odio.
Se agudizan algunas heridas.
Un camino,
que me separa hasta de mí.
Dos lugares,
nadie es mejor ni peor acá o allá,
ni siquiera distinto,
a excepción de quien escribe
(quien no puede llorar).
Gente que no se ríe,
simplemente vive.
Sólo cinco mil cuatrocientos sesenta segundos,
derecho y torcida.
Hay olores que no se olvidan,
pero desaparecen,
como el del almíbar.

—Camila Soledad Silvera

Mi nombre es Camila Soledad Silvera, tengo 20 años, trabajo en una blanquería en San Telmo. Mi primer hogar se encuentra acá, pero no fue el único, con mi familia somos de mudarnos bastante y seguido (Palermo, Lomas de Zamora, Lanús, Barracas, La Boca y actualmente Loma Hermosa) pero siempre volvíamos a San Telmo, y mi cariño al barrio no se debe a la cantidad de años que viví acá, sino a las cosas vividas, porque aún viviendo en otros barrios mi vida iba transcurriendo (y lo sigue haciendo) aquí.

Realicé desde el preescolar hasta la secundaria en el E.N.S. Nº 3, fui forjando mis amistades, las fui dejando, me fui formando como un ser pensante, una convencida de que nuestro verdadero hogar no tiene por qué ser aquel al que llamamos «casa», y que caminar en el mismo lugar no siempre es «más de lo mismo». Tener un lugar en particular, con sus propios momentos… eso también nos puede llenar de sentimientos y sensaciones.

El poema está escrito por la tristeza que sentí al estar lejos de San Telmo, por tener que mudarme a causa de que mi familia quería un lugar más amplio y más tranquilo, como lo es la provincia (características que no van conmigo), e inspirado en lo que San Telmo significa para mí. No sólo por su fachada que nunca me canso de observar, sino también por los que estuvieron y están conmigo, quienes son parte, por decirlo de alguna forma, de esa fachada de San Telmo, y además porque el sol a San Telmo lo ilumina de una forma muy distinta que a otros barrios. Será que lo veo así porque no miro a San Telmo como a un «barrio», sino como un ambiente más de mi hogar, y lo que uno siente propio, es observado y pensado en forma subjetiva, como no lo hacen los ajenos.

Me gustaría dedicar el poema a -además de San Telmo- la familia Giménez, especialmente a Sofía y Luciana, y también a Mailén.

San Telmo

En un par de años

ya no entro más

no cabría en esta cuevita

quince años

encabritada

en un pasillo largo

angosto

ventanas diminutas

cuchetas de camarote

espejos para peinarse las trenzas

pelo de muñeca

en un camarín de superestrella

o monstruo

adolescente y peludo

-velluda no es belluda-

creí serlo

toda la vida

¿velluda o belluda?

los pelos no pueden parar de crecer

la niña-loba se esconde en su cueva

y espía por una ventana

disimulada

un pequeño agujerito

espacio para el ojo

crítico

en un par de años

ya no entro más

me chocaría con los techos

quince años

escondida

mientras el lobo no está

me escabullo mirando por la ventana

distraída

acá adentro no pasa nada

¿qué te creíste?

en un par de años

ya

no crezco más

una mujer bonsái

forjada en un molde diminuto

¿y te preguntás cómo es vivir en un frasco?

pensando en dejar de caber

intentar romper

o evaporarse

y si me preguntás qué se siente…

qué decirte, te cuento:

a veces pienso que me va a quedar chico

y me da bronca y me da miedo y me quiero ir

a veces veo que me queda perfecto

y no me voy a mover

y no voy a cambiar

y así petrificada voy a seguir respirando

adentro de este molde

encerrada en esta pieza

que me queda cómoda, justa

perfecta

y eso me da tranquilidad

y eso me da lástima

pena de ser tan chiquita

creí serlo

toda la vida

y un par de años

más

¿cuánta pena me pueden dar?

—Cecilia Maugeri

Nací en San Telmo, pero la infancia la pasé en el campo, en un lugar abierto donde se podía ver la línea del horizonte. Después volví al barrio, a vivir en el negocio de mi papá, en un cuarto que era un pasillo muy largo, muy angosto y muy bajito. De manera que pasé de tener todo el espacio a tener un rinconcito, y tuve que aprender a moverme en ese límite, como una “mujer-bonsái”. En esa habitación dejé de ser una nena y me transformé en algo nuevo que no sabía muy bien cómo funcionaba. De ese cambio sobrenatural habla este poema.

¿Y San Telmo qué tiene que ver?, se preguntarán. El poema tiene el nombre del barrio no sólo por una cuestión autobiográfica, sino porque expone una de las cosas que más me gustan de este barrio: nunca se sabe lo que uno puede encontrar detrás de las puertas. Hay una fachada histórica, pintoresca, cool, cosmopolita, amistosa, una mezcolanza bárbara que le da carácter al barrio. Pero más mezcla, más transformaciones hay adentro de las casas, que casi nunca coinciden con su aspecto exterior.

Este poema “San Telmo” muestra un cachito de intimidad del barrio, lo que podemos encontrar si abrimos la puerta de una casa y nos metemos adentro, pasando los pasillos y más puertas que conectan con la habitación de una adolescente que está cambiando y que no va a mostrarse así como así.

San Telmo también se esconde y, como dijo una amiga, “se desnuda de a poco”. No alcanza con una visita, no es un barrio paseandero: hay que volver y volver, hay que animarse a entrar en las casas para vivir lo que late en el interior.

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1 respuesta

  1. Laila dice:

    🙂

    que lindo

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