¿Qué les pasó a los sapos de San Telmo?

Por Catherine Mariko Black

Según los vecinos más antiguos del barrio, hace no mucho tiempo uno encontraba señales de una naturaleza más presente en el entorno urbano. La relación con el medioambiente, a través de los juegos y diversiones de los chicos o de la pequeña huerta en el patio de alguna abuela, era más estrecha en la vida cotidiana.

Cuenta Hugo del Pozo, quien cumple 60 años este mes, que un bicho común en las plazas, patios y parques del barrio era el sapo. Hasta principios de los años 60, según Pozo, los encontraba en el patio de su casa “donde se metían adentro de los macetones” y en la calle también se veían, “donde se metían en la boca de los desagües”. En ámbitos del estudio ecológico, es conocido que los sapos y otros anfibios suelen ser la primera línea de alarma en un ecosistema dañado, ya que su íntima relación con el agua revela más rápido que otras especies cuándo está contaminada.

Ilustración: Juan Lima.

Ilustración: Juan Lima.

Pozo también cuenta que iba con sus compañeros a pescar: “Teníamos cuatro lugares, uno era entre los diques de Puerto Madero. Ahí se pescaban las palometas, unos pescados chatos y gordos, que andaban en cardumen. Algunos de los pibes se los comían, pero yo no. Después también íbamos a un lugar en la calle Viamonte, a la entrada al puente. Ahí había un embarcadero donde paraban los botes y pescábamos pejerreyes, bagres y unos bichos rosaditos y blancos que usábamos como carnada. Mis compañeros iban a la entrada de SEGBA (Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires), donde se pescaban dorados porque había como una represa que tiraba agua caliente.

Finalmente, había un lugar en los murallones de la glorieta en la Costanera Sur. Hacíamos escaleras de madera para bajar al muelle y tirábamos espineles, con unos 150 anzuelos de distintas medidas colgados a los que les poníamos carnada. Atábamos las líneas a un árbol y llegábamos hasta el canal del río caminando con el río bajante, y luego nadando hasta donde estaban las bollas. Ahí recién soltábamos la línea con un peso de plomo y la dejábamos durante la noche. A las ocho de la mañana siguiente y desde el río tirábamos con las bobinas y recogíamos de todo: dorado, bagre, pejerrey”.

Este tipo de testimonio demuestra un grado de conocimiento de los detalles del medioambiente –desde las mareas del río hasta el hábitat de los animales urbanos– que se ha perdido en la vida urbana. Hoy, la idea de salir a pescar o “meter cigarrillos en las bocas de los sapos” en el medio de la ciudad parece una ficción; los niños juegan con computadoras u objetos comprados en vez de explorar las manifestaciones de una naturaleza cada vez menos visible, menos accesible y más remota en el imaginario popular. Uno no puede dejar de preguntarse: ¿cuánto más débil es el vínculo que tenemos con el mundo silvestre del cual que venimos?, y si de alguna manera esa ruptura sea responsable por la destrucción del medioambiente que estamos recién empezando a lamentar.

En esta edición del Sol de San Telmo intentamos abarcar algunos de los temas relacionados con una “conciencia verde” para empezar a recuperar nuestros lazos con el entorno natural. ¡Feliz primavera!

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