¡Queremos tanto a Julio!
A 30 años de la muerte de Cortázar
Te veo con un cigarrillo prendido entre los labios, tecleando una vieja Olivetti. No sé si sos conciente de lo que generan tus textos: abren mundos paralelos a otros tantos cronopios como vos. Te veo de niño, pálido y sensible, devorando tantos libros de Julio Verne, Edgar Allan Poe o Víctor Hugo, que a otros les llevaría una vida entera leer. Los médicos te aconsejan más sol y menos lectura, pero no, ellos no entienden lo que vos sentís. Yo sí te entiendo, porque eso te hizo ser quien sos.
Cómo no escuchar tu voz -arrastrando la “r” con gracia- y no amarte inmediatamente. Te veo con barba, o sin barba, con anteojos o sin ellos, pero siempre con la misma mirada penetrante, con ese rostro de niño casi perverso y esa figura gigantesca.
Llueve en París y el Club de la Serpiente se reúne en tu casa para escuchar jazz. Louis Armstrong, Dizzy Gillespie, John Coltrane suenan de fondo y encendés otro cigarrillo. Flanelle roza su cuerpo entre tus piernas, mientras vos describís como nadie el golpe de la gota de lluvia que se suicida en tu ventana.
Admiro cómo te gusta romper los moldes y borrás como ningún otro- las fronteras entre lo real y lo fantástico. Y hasta las cosas que no comparto, como tu pasión por el boxeo, cobran otro significado solo por haber inspirado a “Torito”.
Te diría tantas cosas, mon amour, pero no sé, ahora no me sale nada bello o digno de vos… Quisiera ser como esa Maga convencida como yo de que “un encuentro casual es lo menos casual en nuestras vidas y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico”.
Te veo pero vos no podés verme, por esas cosas de la vida. Lo casual se vuelve mágico y “me basta mirarte para saber que con vos me voy a empapar el alma.»
Cómo contarte, Julio, que aquí algunas cosas no han cambiado, Latinoamérica sigue tan violentamente dulce como siempre. Pero como vos decís «nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo».
Je t’aime pour toujours. “Y si nos mordemos el dolor es dulce y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura y yo te siento temblar contra mí, como una luna en el agua».
Seguís estando eternamente presente, como si no te hubieras ido. Y somos muchos los que te extrañamos, Julio querido.
Diana Rodríguez