¿Quién te cuida? Testimonios sobre los que nos hacen sentir protegidos
Es difícil de definir un ángel guardián… una parte está en el diariero de la esquina de México y Bolívar, quien deja el diario debajo de la puerta los domingos; otra en la carnicería/verdulería El Salteño, a unos pocos pasos, donde siempre te esperan con una sonrisa y buen humor. Y la familia que atiende en la panadería de Defensa al 600, con sus exquisitas empanadas y facturas; o el mozo de La Poesía, quien siempre trae un pedacito extra de lo que acompañe el café ese día creo que son un ángel con muchas alas desparramadas por el barrio. —Eva Valentinas
Si me pregunto quién me cuida en San Telmo, la respuesta que nace espontáneamente es: el barrio mismo. Además de este primer gran personaje surgen varios, pero dos se destacan: uno, Edgardo, me espera detrás del mostrador en la panadería de Perú cruzando San Juan. “¿Cómo anda?”, me pregunta. “Espere, en 5 salen las medialunas calentitas, pruebe unos cuernitos, un bizcochito… cómo anda el Ezequiel (Ezequiel es mi hijo al que conoce de chiquito)”. Paso por la caja. “Chau”, me despide con su mano en alto.
El otro gran personaje es Pablito, el dueño de la ferretería San Juan. Acostumbro entrar al local cargado de interrogantes y en busca de soluciones a la compleja problemática vinculada al mantenimiento de mi departamento: pinturas, flotantes, pegamentos, tornillos, tarugos… y él siempre, con la mejor onda, encuentra la respuesta. Y si no la hay, la inventa. Me voy contento con la joya que acabo de adquirir, sintiéndome por un momento pintor, carpintero, plomero, gasista, todo gracias al «amigo» ferretero. Grandes tipos Edgardo y Pablo!!! —Alberto Martínez
Para que los colectivos 17 y 45 y el 9 y el 10 no choquen en la esquina; para que los planetas tampoco; para ofrecer lo básico (un gesto cálido, un toque de cuidado, una sonrisa); para darle una pispeada a las revistas; para ponerle onda a mi mañana. Ahí está, en su kiosco de diarios, Chacabuco y Humberto Primi, todos los días, ojos verdes, Silvia Fernández. ¡Muchas gracias! —Juan Lima
Me parece oportuno citar la labor llevada a cabo por la policía de San Telmo, ya que las veces que recurrí a ellos tuve una respuesta muy buena. Los “del barrio” ya nos conocemos bastante, pero una vez al salir de mi domicilio se encontraban dos personas sospechosas que no conocía y decidí llamar al 101. Vino un móvil policial y resultó ser que la pareja de sospechosos vendía drogas; en el otro caso se trató de un hombre que también fue detenido porque estaba robando estéreos de los autos estacionados en la calle. —Teddy Robson
Si tan sólo se tratase de una panadería y de la relación panadero-cliente, mis sábados y domingos serían diferentes. El sólo hecho de pensar que atrás de esos mostradores de madera inundados por panes está Jorge, y un poquito más atrás entre máquinas y hornos está Juan, hace que la rutina se modifique, que la soledad desaparezca y que el primer mate del fin de semana se comparta con amigos. Jorge escucha, sonríe, habla con su voz gruesa, pero por sobre todas las cosas comparte. Comparte su espacio, comparte su día entre historias y sonrisas, comparte como lo hace un amigo. Juan contempla y amasa. Prepara lo que va a ser la excusa perfecta para que mi sábado y mi domingo sean diferentes. Si tan sólo se tratase de una panadería, no podría explicar el placer y la alegría de tenerlos tan cerca. —Patricio Tejedor
En la calle Perú Alberto Belzun, más conocido como “Carucha” ¡es lo más! Es el portero de Perú 1088. Durante 9 años me ayudó y me salvó desde prestarme una escalera, arreglar una canilla o la persiana del negocio hasta enseñarme a combatir las inundaciones de la esquina de Perú y Humberto Primo que se dan por falta de limpieza. El chiste y la sonrisa permanente de tenerlo en la cuadra es una alegría para toda la gente de Origen. Brindamos con una Stella Artois por Carucha. —Alicia Lenta
Una persona que me resulta absolutamente “cuidadora” de los vecinos es Hugo, el farmacéutico de la RICAMON. Y lo digo porque muchas veces me ha llamado la atención el buen humor, la paciencia y hasta la ternura que pone en la atención de su numerosa clientela PAMI. Convengamos que no es lo mismo dar las pildoritas o las gotas y decir “son tantos pesos” que dirigirle a viejos que apenas pueden con su alma, aquejados en el cuerpo y pobretes de bolsillo, algunas linduras y piropos como “Rosita, la flor del barrio”, “Alberto, el galán de San Telmo”, todo con modos y sonrisas que no les curarán los achaques pero los hace irse mucho más contentos. —Graciela Fernández
Laura me avisa que dejé la canilla de la terraza abierta o me dice que no me preocupe si nuestros perros se ladran de terraza a terraza, cual barras brava, cuando estoy en cama con una gripe atroz y no los puedo calmar. María se enoja si le pregunto si puedo pasar cada vez que hay que arreglar algo de nuestra terraza que afecta a la suya. «Patri, ya te dije que no me pidas más permiso, si no estoy pasás y listo», me dice. Mariana y Nicolás siempre están dispuestos a cuidar nuestros 2 perros y 4 gatos para que podamos ir un día, sin problemas, a cualquier parte. Son algunos de los vecinos que siento que nos cuidan, aunque tal vez ellos ni estén enterados de lo que yo siento. Y Mary y Claudia, de la panadería de Independencia al 400; y Alejandro, que casi siempre está con 2 o 3 cervezas de más, pero no por eso pierde el respeto y la conciencia de que hay cosas en su calle -que es la mía- que son intocables. San Telmo es un barrio que cuida, con sus vecinos que están, su gente que no mira para otro lado ni se hace la distraída. Y eso no está en ningún mapa turístico ni folleto de recomendaciones inmobiliarias. Está en su espíritu, que se siente. —Patricia Barral
Cuando salgo de mi edificio y veo al maestro fileteador Martiniano Arce apoyándose en su balcón, observando los vaivenes de la cuadra, siento que tenemos una suerte de espíritu guardián en esta esquina. Y cuando me ve y me tira un beso teatral con su risa de abuelo juguetón, siempre me saca una sonrisa y me refuerza el amor a este barrio, donde el arte de vivir en comunidad todavía persiste. —Catherine Black
Cerca de mi trabajo vive un señor de la calle que se llama Jorge, con quien no tengo ninguna relación, salvo como vecino. El ve todos mis movimientos, cuando llego all trabajo a las siete de la mañana y cuando salgo a las ocho de la noche. Cuando paso, me saluda siempre, hay momentos en los que me extiende su mano para comentarme sentimientos interesantes, por ejemplo me dice que soy un buen muchacho, que observa cómo trabajo y que voy a tener éxito en la vida si sigo luchando como lo vengo haciendo. Estos intercambios me hacen sentir afortunado y acompañado. —Gabriel Gonzalez
Cualquier día, a cualquier hora, en cualquier vereda, uno se cruza con un vecino con el que se saluda. En los negocios, las noticias más importantes se transmiten boca a boca y tienen que ver siempre con el barrio. En la peluquería, entre dimes y diretes, uno puede enterarse de qué negocio va a cerrar y a qué se dedicará el nuevo que pondrán en su lugar, que en el viejo edificio que se está reciclando abrirá un hotel de cuatro estrellas que transformará la zona, quiénes serán los dueños, qué está pasando con el empedrado, todo lo que está ocurriendo en los alrededores. En el Hipopótamo, mi café de la esquina, no importa si un día no tengo cambio, al mozo no le preocupa. Sabe que le pagaré la próxima vez, y me lo dice. El mismo bar oficia también de correo: puedo dejar al cajero un sobre que alguien vendrá a buscar, y no hay problemas. Como en un pueblo chico, pero a un paso de la Casa Rosada. Eso es todo un privilegio. —Ricardo Cordero.