RESCATANDO RECUERDOS

Cuando la vida fluye tan rápido como las ráfagas de viento que arrasan con tu mejor peinado o se “llevan puesto” el sombrero veraniego, se me ocurre que para pararla o “hacerle frente”, podría resistir a ella dándole la espalda y retomar aquellos recuerdos tan vívidos como añosos.

Estos pensamientos surgieron porque tengo una nieta que, en pleno verano, con temperaturas de casi cuarenta grados, me dice insistentemente “abuela ¿vas a hacer sopa?”.

Esa frase corta pero disparadora de estas líneas reprodujeron recuerdos de allá lejos y hace tiempo, que a su vez trajeron ese olorcito inconfundible de la cocina de la abuela María -en la calle Río de Janeiro en la ciudad de Berisso, aledaña a La Plata, en la Provincia de Buenos Aires-, que inundaba el ambiente de mujer hacendosa y abuela con sonrisa de cuento.

Las verduritas picadas con esa cuchilla que me hacía temblar de miedo cuando veía sus manos entre tanto movimiento ordenado e intenso, a las que se sumaban los trozos de gallina que poco antes había estado saltando de palo en palo en el gallinero del fondo del caminito que, previamente, cruzaba su huerta y de donde arrancaba el perejil, el orégano, algún que otro tomate (¡con sabor a quinta!), hojas de lechuga y la infaltable albahaca que le daba ese riquísimo gusto indiscutible y diferente a las mejores milanesas que comí en mi infancia y en mi vida toda.

Pero volviendo a la sopa, comida tan requerida por Esmeralda, los recuerdos se nutren de sabores que -en ese momento y hasta hoy mismo si pudiera- se tornaba muy difícil no preguntarle al tomar la última cucharada de caldo: ¿Hay más abuela? Contrariando con esa simple pregunta a nuestra admirada Mafalda del Maestro Quino.

No quiero ser nostálgica, pero me fue imposible encontrar en otros platos de otras mesas, ese gustito al que puedo volver una y otra vez con mis recuerdos sin que pierda el sabor, a pesar de mis años ya mayores.

Teniendo en cuenta todo lo dicho, muchas veces me pregunto ¿Por qué se nos “escapan” las voces de las personas que han pasado por nuestra vida o las imágenes de lugares en los que hemos pasado mucho tiempo en ellos y, sin embargo, los olores y el gusto inmediatamente lo relacionamos con momentos o personas o recuerdos que terminan siendo inconfundibles?

Por eso creo que uno no tiene que perder de vista sus orígenes, no puede ignorar las imágenes y las sensaciones que cruzaron nuestra vida joven, no puede renegar del pasado que moldeó el futuro que hoy es presente, aunque pareciera que fueron muchas vidas en una.

Me parece que cada tiempo tiene sus virtudes y defectos, sus valores sociales e individuales sin ser mejor ni peor que otros momentos, pero noto que el hoy no refleja todo el bagaje de enseñanzas que muchos hemos recibido y muchos también seguramente no logramos y/o no lograron transmitir a las nuevas generaciones.

La sociedad nos muestra una conducta horizontal en cuanto al respeto, que en cierta medida está bien que así sea, teniendo en cuenta que todos somos humanos y nos equivocamos. Sin embargo, la transmisión de valores y conductas individuales y sociales forma parte de la evolución de la persona humana y de la sociedad en su conjunto.

Por eso cuando mi abuela María nos retaba por alguna conducta o contestación fuera de lugar, aún con su sonrisa de cuento, no había opción más que corregir la actitud y no repetirla.

No éramos sumisos, no nos tenía sometidos, simplemente nos hacía ver y entender lo que no estaba bien, pedir disculpas y ser respetuosos para convivir en un tejido social que no era perfecto ni mucho menos, pero sabíamos -concretamente- que nuestro derecho terminaba cuando comenzaba el derecho del otro; que el límite del respeto no se podía cruzar; que no podíamos andar por la calle insultando o vociferando a otra persona sea amiga o desconocida; que había horarios donde los ruidos eran molestos para tener una buena convivencia familiar y vecinal; que cuando nos cruzábamos con alguien teníamos que saludar; que en la calle teníamos que dejar pasar a las personas mayores o a las madres con sus hijitos o a quien viniera “cargado” de bolsas; que cuando sacábamos al perro había sí o sí que llevar la bolsita para levantar su caca porque ese animal querido era nuestra responsabilidad, tanto en el cariño como en sus acciones… Y podría seguir con el listado de acciones y conductas aprendidas y aprehendidas de mis mayores a quienes agradezco haberse tomado el trabajo de ponerme límites, sin que esto sea una mala palabra.

Ahora bien, por otro lado, no todos tenemos la misma capacidad de análisis y comprensión de texto ni la misma preparación, ni la experiencia que muchas veces solo la dan los años transcurridos. Hoy todos opinan de todo y si uno pide el fundamento de esa postura, la respuesta rápida y simple es: “Bueno… Es mi opinión”, sin razonamiento, sin análisis lógico, sin confrontación con diferentes formas de ver el tema… solo “Es mi opinión”. Y muchos nos preguntamos qué se puede hacer frente a esta respuesta que invalida todo lo que se ha pensado, estudiado, analizado, razonado, comparando posiciones disímiles… Pues nada, porque ya no existe el pudor ni la vergüenza de decir cualquier cosa de cualquier manera a cualquiera, incluso a personas que validan día a día sus conocimientos a través de sus actividades. Como diría Santos Discépolo: “Es lo mismo un burro que un gran profesor”.

¡Qué loco todo lo que “desató” en mi la pregunta de mi nieta! De lo que estoy casi segura es de que desde mi cocina no sale ese aroma embriagante de la sopa de mi niñez, entre otras cosas porque no tengo huerta, ni gallinero, ni me atraen para nada las tareas culinarias. Aún así… me piden que haga sopa…

                                                                                               Isabel Bláser

También te podría gustar...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *