San Telmo tiene historia y yo también

El 13 de diciembre de 1907, día que marcó una de las más importantes riquezas de nuestro país porque se descubrió el petróleo, llegó solo desde Italia un adolescente de 14 años buscando mejores horizontes en la tierra prometida. Aquí se encontró con una galleguita quinceañera que había llegado un año antes que él, también sola, buscando una mejor vida.

Cuando digo aquí, digo en San Telmo. Se casaron y tuvieron cuatro hijos en este barrio. Los cuatro fueron bautizados en la iglesia San Telmo.

Mi madre, la mayor, al igual que sus hermanos tomó la comunión en la misma iglesia que años después bendijo su matrimonio con mi padre. Ambos eligieron vivir en este barrio.

De más está decirles que de ese matrimonio nació quien escribe y que todos mis años, que ya son muchos, los viví en San Telmo. Por mis calles -porque de tanto andarlas son mías- reí y lloré mis dolores.

Sí, San Telmo tiene historia y yo también. Es en honor y en defensa de esa historia que le digo NO a la nueva transformación que está realizándose. No es un NO al progreso, no es un NO antojadizo. San Telmo se fue transformando con el tiempo que forma su historia.

Los que nacimos aquí vimos cambiar su fisonomía lentamente, lo vimos crecer y envejecer como a los seres queridos.

En San Telmo vive gente que eligió este lugar de residencia por lo que representa y por las comodidades que brinda. Antes de transformar hay que pensar a quiénes se favorece y a quiénes se perjudica.

Como vecina no ruego, exijo con el derecho que me asiste porque pago todos mis impuestos y porque mantengo una educada conducta ciudadana, que se nos respete, que no cambien la historia colocando nuevos adoquines donde antes había asfalto, gastando impresionantes sumas de dinero recaudados con el pago de nuestros impuestos.

Los vecinos necesitamos seguridad, limpieza, que deja mucho que desear, que se respeten las comodidades actuales, que se nos permita sacar nuestros autos a las velocidades permitidas hasta hoy, que los colectivos 22, 24, 28 y 126 que quieren ser llevados al Metrobús del Bajo o 9 de Julio continúen con su recorrido habitual y que el 29 vuelva a bajar desde Perú por San Juan. Que paren las autoridades con tanta transformación innecesaria, que mucho perjudica a la franja vecinal de la zona central del barrio.

¿Pensaron acaso cómo subirán las barrancas hasta el alto los adultos mayores, las embarazadas o personas con dificultades para caminar? ¿Cuánta seguridad se les brindará por las noches y las madrugadas a quienes por estudio o trabajo deban transitar sin peligro esas calles? ¿Cuántas personas no podrán hacerlo y, por ende, deberán desplazarse en taxis demasiado caros casi imposibles de pagar y quedarán “encerrados” en el barrio o que -simplemente- se verán obligados a irse?

Si es para fomentar el turismo que será siempre bienvenido, ya existe y los turistas sienten más curiosidad por un barrio histórico, en el que viven normalmente los vecinos, que por un casco histórico deshabitado.

Alguien me preguntó una vez en inglés si vivía aquí, si vivía gente siempre y si había escuelas. Sí, le contesté con orgullo, vivimos aquí por la riqueza de su historia y porque tenemos todo lo que necesitamos.

Señores del gobierno, no me quiten el orgullo de haber nacido en San Telmo. Paren con la transformación, que muy lejos de ser un adelanto no es más que una mentira dibujada con nuestro dinero. Si esta transformación se lleva a cabo, poco a poco los vecinos nos iremos para lograr las comodidades que nos quitan y San Telmo será un barrio lleno de bares, pero sin alma.

No necesitamos que diseñen una nueva historia. La historia es una sola y se debe respetar y nosotros queremos un barrio vivo.

No nos aíslen, porque tengo miedo de tener que irme como una exiliada a otro barrio a vivir o morir lentamente los últimos años de mi vida.

No puedo dejar de mencionar las palabras de arquitecto Peña, que ya se han convertido en un lema para San Telmo: “Un barrio sin habitantes es un barrio muerto”.

                                                                       Texto y foto: Stella Maris Cambré

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