San Telmo Traducido: ¿Quién cuida la estética de San Telmo?
Primero hubo que contar que San Telmo existía; que era bello, intenso, rico. Que tenía un sello de arte, centenares de diseñadores y artistas plásticos en sus manzanas y que las avenidas Independencia y San Juan podían cruzarse. Sí, aunque parezca un cuento, nada se parecía, hace sólo tres años, a ese hormiguero dominguero de seres que saben que el barrio existe más allá, y más acá, de la Plaza Dorrego.
Entonces, para decirlo, se produjo durante tres años el festival “San Telmo, ¿qué hay de nuevo?”, fiesta de arte, música y diseño del Casco Histórico. Los medios nacionales se mostraban desconfiados a la hora de contar que algo así sucedería en el barrio de “malevos”, de aspecto “sucio y oscuro”.
Eran tiempos en los que convivían algunos osados comercios: anticuarios, tímidas casas de ropa y objetos de diseño que eran perseguidas para que no se quedaran con la calle más preciada: Defensa; unas seis galerías de arte y 40 bares, algunos ya con el “resto-comida-fusión” y porciones de arroz que pasaban a llamarse “timbales” o “colchones”. El movimiento pasaba a ser movida. Al fin.
Más tarde, el mercado inmobiliario, la densidad demográfica de Buenos Aires, argentinos bohemios o amantes de la arquitectura y de las almas de barrio, extranjeros enamorados del patrimonio y magia de la zona –ayudados por el cambio monetario- y comerciantes buscando precio y espacio con una prensa que animaba a acercarse, hicieron de San Telmo un barrio, casi, de moda.
Los últimos tres o cuatro años parecen veinte por los cambios que presenciaron: existen 35 espacios de arte contemporáneo, 40 tiendas de diseño y más de 130 restaurantes y bares, en menos de 70 manzanas.
“La diversidad y el arte son parte de esa magia y particularidad de San Telmo”, es la frase de todas las guías escritas sobre esta parte del Casco Histórico.
Pero el eje de discusión es la estética de muchos de los nuevos sitios y casas recicladas que hacen a la identidad de ese barrio tan buscado, precisamente, por su estética y edad.
Aurelia es de Francia y Jorge es de Mendoza. Ambos volvieron a San Telmo luego de un año y tuvieron la misma impresión: algunos sitios lo mismo dan aquí que en otros barrios; la ropa lo mismo da aquí que en otros barrios. Y, a sus ojos, la lista continúa.
San Telmo tiene una identidad por la que argentinos y extranjeros llegan: San Telmo.
Por ella es que el reloj puso a funcionar su despertador. Será, quizá, la hora de poner cuidado en no cruzar la delicada línea de la pérdida de identidad que va confundiéndose con el error etimológico de la palabra progreso.
Se habla, aquí, de buen gusto. El punto es, claro, llegar a un sitio porque es negocio pero si ese negocio juega a las combinaciones con el lugar en el que se instala quizá será más negocio o lo será por más tiempo.
Y no hace falta ser un local fundado hace décadas para conservar esta identidad, este gusto, como el bar La Coruña, donde jóvenes y veteranos respiran lo que era el San Telmo de antaño y lo que es el de hoy. El bar El Federal lleva sólo seis años en su esquina, con los actuales dueños, y es uno de los sitios más “clásicos” para tomar un café o una sidra tirada. Se suman Rara, Todo Mundo!, Aconcagua, El Caracol o, entre los más nuevos, el resto-bar Las Mazorcas, que abrió hace sólo tres meses hizo el esfuerzo de crear un ambiente que combina elegancia de antaño e informalidad. Y ese esfuerzo rinde porque, según el dueño Diego Maizel, los vecinos, que son “muy celosos del barrio” ya lo están frecuentando y eso es bueno porque son ellos y no los turistas quienes deciden si un negocio será incorporado al tejido socio-económico del barrio o si se quedará vacío los no-domingos.
Sin embargo, no es necesario dejar cinco ladrillos a la vista o colgar una deslumbrante araña de cristales como decoración para instalarse en la zona.
Sí, se trata del casco histórico de una de las ciudades más importantes y bellas del mundo y, como en la mayoría de los cascos históricos, los comercios –directos o inmobiliarios- deberán entender que el negocio sólo perdura si se continúa una línea, al menos, de buen gusto y cuidado.
En ese marco, son muchos los que, aun con una propuesta contemporánea, cuidan una estética, a costa o no de invertir más dinero. Quizá como si hubieran elegido este barrio sabiendo de qué se trata.
Otros llevan paredes y vidrieras que piden, desesperadas, una multa por haber tomado un master de mal gusto y pagado demasiado dinero por él.
Llegó, entonces, el párrafo para aplicar el famosísimo dicho: “Sobre gustos, no hay nada escrito”. Y cierto debe ser pero, aunque aquí festeja y reluce la diversidad, sobre cascos históricos sí hay mucho escrito.
—Nora Palancio Zapiola