Testimonios: Cristina Siscar y Ezequiel Mariño

Parte de nuestra temática central: ¿Por qué eligo a San Telmo?

Cristina Siscar

Cristina Siscar

En diciembre de 1986, cuando acababa de regresar de París -donde viví varios años- recorrí diariamente distintos barrios porteños en busca de una vivienda. Y no había día que no me sintiera una extraña en mi propia ciudad, hasta que visité un departamento de San Telmo. Entonces pude sentir de nuevo a Buenos Aires, y sentirme yo misma.

¿Las razones? Lo primero, quizá, las huellas del tiempo en el paisaje, la memoria. Aquí está inscripta la historia de la ciudad desde el origen. En las barrancas del Lezama y la Placita Dorrego, en el mercado, la Iglesia de torres azulejadas, las casas coloniales, los conventillos, el empedrado y los rieles del tranvía, los cafés… Y en mi departamento de 1933.

Pero además están las marcas de la historia familiar. Aquí vivieron mis abuelos inmigrantes; aquí nació y creció mi padre, que a media cuadra de mi casa bailaba el tango con su novia, mi madre.

Ahora, nuevos emigrados de regiones cercanas y distantes se mezclan en este barrio, donde también viven numerosos artistas, escritores, periodistas, y todavía hay vecinos que sacan sus sillas para sentarse en la vereda. Nada de uniformidad en San Telmo. Y sin embargo tiene un ambiente único, un estilo no impuesto por las modas, y una mitología. Es otra de las razones por las que lo elegí.

Y porque caminando, casi sin darme cuenta, puedo llegar hasta el Riachuelo o hasta el Río.

San Telmo me trae el mundo y se abre al mundo. Es, en todo sentido, exactamente lo opuesto a un barrio cerrado.

Ezequiel Mariño

Nacimos hace unos años. San Telmo era un barrio y no un shopping a cielo abierto. Todavía hoy, en el pasaje San Lorenzo, la metrópoli deja paso a los suburbios.

Como cronistas, nos convertimos en cómplices de una generación de jóvenes que pasaron sus tardes y noches junto a nosotros, compartiendo sus primeras rateadas del colegio, sus primeros puchos, sus primeros amores y desencuentros. Su primera curda. Su primera pelea. En ese momento, dejaron de ser simples consumidores ocasionales y pasaron a convertirse en amigos. Cobraron identidad y nosotros con ellos.

Las anécdotas suceden una tras otra, son interminables. Por momentos, tienen una dimensión surrealista y clandestina. Personajes anónimos que vienen a tomar cerveza, a jugar al pool, escuchar su música o, simplemente, a hablar de sus alegrías, frustraciones, su pasado, sus pérdidas, sus sueños, su futuro…

La vida y el tiempo se van haciendo historia.

Cotidianamente, vamos co-produciendo un nosotros anónimo. Sin saberlo, resistimos ser la materia prima con la que se construye el San Telmo para unos pocos. El San Telmo con alquileres de París y habitantes de Somalia. El barrio no es un mercado, el barrio incluye. El mercado, en algún momento, como si fuéramos obsoletas mercancías, nos reducirá a ser una simple pieza arqueológica “desalojable”. Todos fuimos, todos somos, todos podemos ser.

Valoremos las cosas antes de perderlas. En San Telmo, los “turistas” eran vecinos. La gente de San Telmo ya no vive en San Telmo. San Telmo son los negros y esclavos. San Telmo es carnaval y conventillo. Alegría y pasión. Diversidad. Solidaridad y mutuo reconocimiento. Amistad. Resistencia y lucha. Dignidad.

En este marco, es vital redefinir la actividad comercial a partir de fomentar un marco de interacción y diálogo entre el comercio, los grupos y las organizaciones e instituciones de la sociedad civil.

Es necesario ver al comercio, ya no como un lugar donde impera únicamente la lógica del mercado. Por el contrario, un comercio es un vínculo, una relación social. En síntesis: un espacio público, donde la presencia del otro es instrumento y objeto. Nosotros sin ustedes no existimos.

De esta manera, un comercio es concebido como un actor social y deja de tener como única característica la lógica mercantil y pasa a ser definido por las relaciones que se establecen en el camino. Un lugar donde los diferentes nos juntamos, dialogamos, cooperamos y construimos.

En Barbazul, sus paredes hablan, gritan. En ellas, se mezclan el olor a barrio, a bohemia, el amor, la política, la trasgresión y rebeldía de otros tiempos. Somos los que pensamos que todavía se puede escribir la historia en las servilletas de los bares. No somos un mito, somos realidad…

Por un barrio donde quepan muchos barrios. No perdamos la mística. No abandonemos la utopía.

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