“TORQUI”

En el número anterior de El Sol, pude leer el artículo “Alicia de las Palomas”.

Eso me hizo pensar que tal vez podía contarles lo que sucedió en mi casa, sita en Perú entre Estados Unidos y Carlos Calvo.

Tengo cuatro ventanas y en todas ellas plantas, que siempre cuidé con cariño y me devuelven alegría con sus flores y su verdor. Pero, de pronto, un día del mes de octubre de 2012, al abrir la ventana de mi dormitorio, me asustó algo que voló. Luego pude ver que entre las hojas de una de mis macetas había un nido. Sí, una palomita torcaza lo había hecho cuidadosamente durante mi ausencia.

Estaba tan bien tejido que, aunque sabía lo difícil que sería mantener todo limpio, sentí que no podía destruir ese esfuerzo.

Al día siguiente cuando llegué del trabajo y abrí la ventana, volvió a volar. Esta vez no me asusté y vi que en el nido había dos huevitos. Ya había comenzado a crecer la vida.

Inicié una relación poco común con la palomita. Dejé las cortinas levantadas para que se acostumbrara a ver la casa, a través del vidrio, puesto que íbamos a compartirla.

Al llegar, en esos primeros días, no abría la ventana y le hablaba desde adentro para que se acostumbrara a mis movimientos y a mi voz. Me acercaba a ella, que se sentía protegida por el vidrio,  lentamente, repetidas veces para que tomara confianza. Un fin de semana me decidí a abrir nuevamente la ventana, con mucho cuidado y no voló. Poco a poco se fue transformando en mi palomita.

Pasaron los días y permitió que limpiara la ventana, sin escapar, cerca de mi mano, confiada. Sabía que la cuidaba.

Cuando nacieron sus hijos no pude tomarles fotos de recién nacidos, porque los cubrió con sus alas. Poco después los vi totalmente pelados, frágiles, increíblemente chiquitos. Tomé fotos y los filmé, desde muy cerca. Ella hasta me permitió que la acariciara.

Pasó el tiempo y comenzó a dejarlos solos un ratito, les vi las primeras plumas y luego los intuí próximos al vuelo.  A veces, mientras la madre se iba en busca de alimento se salían de la maceta y se subían a la baranda de mi ventana. En varias oportunidades los puse de nuevo en el nido para que no cayeran a la calle.

Y la vida se desarrolló. El pasado 2014 fue el tercer año que “Torqui”, así fue bautizada, eligió mi ventana y espero que haya un cuarto.

Texto y foto:  Stella Maris Cambre

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