Transporte público pensado para las personas
El transporte público, como la educación y la salud pública, es una de las grandes cuestiones que afectan la vida de los habitantes de una ciudad. Por este motivo las decisiones en esa materia deben estar sometidas al escrutinio de los usuarios, sin que ello implique menoscabar la potestad de carácter representativo delegada a las autoridades elegidas por el voto popular.
No parece que ese haya sido el criterio que prevaleció en la decisión de someter al barrio histórico de San Telmo, que habitamos, a “la transformación que no para”, adoptada prácticamente contra la voluntad de los principales afectados, es decir los vecinos, en el enclaustramiento alejado de la realidad de los cubículos de la burocracia.
Esta intervención urbanística arbitraria tiene consecuencias que los decisores han subestimado o, simplemente, ignorado, entre ellas el efecto causado por el exilio de todos los transportes colectivos a la periferia del barrio, que quedó convertido en una gran isla territorialmente incomunicada.
No me voy a extender acerca de los daños que esta acción gubernamental ocasiona a la vida de los residentes en San Telmo, porque ya se explayó sobre ellos, contundentemente, Stella Maris Cambre en su artículo “Hola ¿Me escuchan?”, publicado en el número de diciembre de 2022 de este mismo medio.
La presente nota solo tiene por objetivo apostillar el mismo tema con una propuesta que contribuiría, sino a eliminar, al menos a suturar las heridas infligidas al tejido urbanístico y humano de este barrio.
No estoy en contra de la erradicación de los colectivos de las calles angostas de nuestro distrito histórico, vistos los diversos efectos contaminantes que aquellos provocan, pero sí estoy radicalmente en contra de las cirugías sin anestesia. Es una pésima práctica política la de elegir presuntas soluciones despreocupándose de los efectos dañinos de las mismas. No hay justificación alguna para que no se haya previsto una alternativa complementaria que no obligue a los viajeros a desplazarse a pie hasta ocho cuadras, más la distancia que tengan que recorrer por el Metrobús hasta su parada, para tomar un transporte público, bajo cualquier condición climática. Sobre todo, considerando las necesidades de los conjuntos poblacionales más vulnerables -tal el de los ancianos, cada vez más numeroso debido al aumento de la esperanza de vida y el de los discapacitados- que se ven obligados a movilizarse sin ayuda mientras pueden, debido al creciente aislamiento social urbano.
El paliativo que propongo consiste en la puesta en servicio de un transporte lanzadera prestado por unidades no contaminantes, concretamente microbuses propulsados por motores eléctricos. Este recurso está lejos de ser una novedad de mi invención, puesto que hace tiempo que está en práctica en numerosas metrópolis, particularmente en Madrid donde he sido usuario de él por muchos de los años que he vivido en esa ciudad.
En el caso de nuestro barrio de San Telmo los microbuses podrían circular por las Avenidas San Juan e Independencia, entre Paseo Colón y la 9 de Julio.
Por supuesto, el precio de este transporte complementario no puede ser adicional sino que tiene que estar cubierto por el boleto del transporte principal, ya que no debe penalizarse con un mayor costo a aquellos que tengan, por sus condiciones disminuidas de movilidad, necesidad de utilizarlo.
Por lo tanto, exhorto a las autoridades locales -no dudo que lo será junto con las voces de todos los vecinos de nuestro barrio- a que pongan en juego su sensibilidad, apertura de criterio y sensatez, para incorporar a nuestra ciudad esta solución largamente difundida en las grandes urbes del mundo.
Jorge Andrade
Escritor y Economista