¿Un adiós?

El aviso llegó a través de dos mujeres que son vigías privilegiadas del Casco Histórico de Buenos Aires. Son Graciela Fernández e Isabel Bláser, directora de El Sol de San Telmo.

Ese mensaje decía que un café notable de la Ciudad, el Plaza Dorrego (situado en la esquina de Humberto Primo y Defensa, en uno de los ángulos de la legendaria Plaza Dorrego), estaba por cerrar sus puertas.

Impulsado por la pena y la curiosidad, porque uno a esta altura no concibe el paisaje de la Plaza Dorrego sin esa esquina más que centenaria con un típico bar porteño, fui hasta allí. Al llegar y ver la cortina de metal baja en la ochava, debo decir que percibí una honda melancolía. Parecía el resultado de una lucha desigual: el Starbucks de enfrente, uno de esos locales que sirven el café en vasos de cartón y que son lo que denominamos como No-lugares, había triunfado sobre un típico lugar porteño: el Plaza Dorrego.

Durante los ocho años en que me desempeñé como Director General del Casco Histórico, en numerosas ocasiones paré en ese recinto mágico, que no era aséptico como los que más tarde aparecieron en el entorno, pero tenía una atmósfera que fascinaba a propios y extraños (parroquianos o turistas) con la luz tamizada y el sonido de los tangos en la victrola.

Nunca supe si el que hablaba conmigo era dueño o socio del establecimiento, pero sí sé (porque lo hablamos) que compartía con él mi admiración por Carlos Di Sarli. Por eso, cuando me sentaba a tomar un café negro chico en pocillo, empezaba a sonar en el ambiente A la gran muñeca o Bahía Blanca en la versión del maestro bahiense: don Carlos Di Sarli. Eso duplicaba el placer de la infusión aromática y me quedó como uno de esos momentos que uno recuerda con deleite.

Si pudiera ayudar en algo para que no se cierren sus puertas, lo haré gustoso pensando en mi entrada en la penumbra de esa esquina mientras suenan los compases de A la Gran Muñeca, así, con mayúsculas.

Luis J. Grossman, arq.

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