Un barrio de novela

Decir San Telmo es decir tradición y bohemia, arquitectura y arte, tango y candombe. Y también su gente, que ha incluido -desde sus primeros pobladores- a trabajadores portuarios, religiosos, familias patricias, hasta inmigrantes europeos y los habitantes actuales, profesionales, trabajadores y artistas. Esa gente que se caracterizaSara Gallardo por sentir que pertenece al espacio que habita.

Será por su carácter fundacional en la historia de la ciudad, será por su mística, lo cierto es que San Telmo ha sido elegido por muchos escritores como el emplazamiento de novelas enteras o escenas significativas.

José María Brausen (el protagonista) lidia con una pareja que se desmorona, mientras intenta escribir un guión cinematográfico y los personajes que va creando comienzan a llenar su vida diaria. Todo esto ocurre en La vida breve y Juan Carlos Onetti lo sitúa en un departamento de San Telmo:

“Me acerqué a la luz del balcón para mirar la hora; necesité pensar en la fecha de aquel día, en la calle de la ciudad donde estaba viviendo, Chile al 600, en el único edificio nuevo de una cuadra torcida. «San Telmo», me repetía para concluir de despertar y ubicarme; en el principio del sur de Buenos Aires, restos de cornisas amarillas y sonrosadas, rejas, miradores, segundos patios con parras y madreselvas, muchachas que pasean por la vereda, hombres jóvenes y taciturnos en las esquinas (…) Después caminé con lentitud por la cuadra tibia, bulliciosa, donde aún no habían encendido las luces”.

 Allí Brausen conoce a una nueva vecina, la Queca, a quien oculta su verdadera identidad y con la que entabla una relación pasional, oscura. Se debate entre la metáfora y la realidad. Tan marcada es esa pugna que Onetti, también, se incluye en el relato como el propietario del departamento que alquila el personaje y desde donde se escucha el campaneo de la Parroquia Inmaculada Concepción.

“Toribio dio media vuelta y echó a andar hacia el sur. Atravesó la Avenida de Mayo y siguió por Perú; le pareció que esa calle seguía siendo muy transitada y dobló hacia el río. Se encontró entre las viejas calles de San Telmo”. Así, Bernardo Kordon conduce al protagonista de Alias Gardelito por las calles que define como ajenas al resto de la ciudad. Toribio Torres, tucumano, recién llegado a Buenos Aires, encuentra -en un café de Carlos Calvo y Defensa- un lugar para descansar. El joven sueña con ser cantor de tangos, pero la cruda ciudad lo enfrenta con dos posibilidades: ser explotado o estafar, siendo esta última su elección. La calle le da tanto como le quita, los sueños del descubrimiento se van transformando en experiencias de desengaño y soledad. Es entonces cuando Kordon lo trae a San Telmo por un poco de paz.

Sara Gallardo pasea más a su personaje, Julián. La novela Los galgos, los galgos tiene tres emplazamientos principales: el campo Las Zanjas en la provincia de Buenos Aires, París y San Telmo, que funcionan a modo de tres puntos de tensión. El campo representa lo heredado, la porción de tierra para tomar posesión. París, el derroche y el ocio, la tierra de paso. San Telmo aparece como el espacio de lo idílico, donde vivía Lisa, la novia inolvidable, donde la luz era justa para ser pintada, donde las cosas y las voces, una y otra vez, remiten al hogar.

“La casa de Lisa tenía ventanas de todos lados, y en las noches de verano el aire la recorría de punta a punta. En esa casa, con sus suaves corrientes de aire y el olor a aguarrás, fui feliz”. El único lugar que Julián reconoce y nombra como suyo: “Mi barrio desmoronado y tranquilo enmudece a la siesta, resucita al caer la tarde y de las puertas se desprenden viejas varicosas, tan materiales como cachos de hígado en el mercado. Pero el cielo traslúcido y espeso, que se pone violeta derrama hermosura, lirismo, gloria, paz, y de pronto se enciende al final de las calles, rojo al cabo de Independencia misteriosa, de México negra, de Carlos Calvo y su fronda, de San Juan casi llanura abierta. Entre veredas rotas y suciedad de perros brota un zaguán con puerta de encaje y patio verde, y después una farmacia en la esquina, una bandera de remate, una muchacha de pantalón naranja y rosa, yo con el corazón entre las manos, caminando con el amor verdadero dentro del pecho, como los chicos de primera comunión”.

Acaba de mudarse al barrio donde tiene un restaurante. Inés Gaos, la protagonista de El mal menor, siente que algo sobrenatural la amenaza desde la primera noche en su departamento de Independencia 466. Visiones horrorosas, muertes sorpresivas y el contraste con un costumbrismo urbano y contemporáneo, son los recursos a los que apela C. E. Feiling en esta novela de terror. Un tarotista recurre al auxilio de la desvalida Inés y la madre de aquél hace una visita fantasmal al departamento.

“Cuando llegó a Tacuarí unos fulgores negros -mucho más negros que el gris sucio de la noche otoñal, y de un brillo para nada amortiguado por los algodones del Cerco- le anunciaron que arribaría pronto a su destino. A medida que se acercaba al edificio, cuyas improcedentes dimensiones amenazaban a San Telmo desde las proximidades del Bajo, donde empieza Independencia, aquellos relámpagos de negrura lucían cada vez más abominables, mostraban ciertos destellos verdosos, como de bilis en un vómito. Doña Adela no era una experta en arquitectura, y de hecho sus preferencias se inclinaban hacia los edificios que ella llamaba «modernos», no hacia la preservación del patrimonio histórico -por eso Buenos Aires le parecía tanto más linda que Montevideo, pero aquel horrible bloque de concreto, el modo en que usurpaba el espacio de las casas bajas, se le antojó de por sí maligno (…)”.

El barrio más pequeño de la ciudad tiene espacio para albergar todos estos personajes y otros ya clásicos como los de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato. Tiene eso que los novelistas necesitan para situar un acontecimiento, un clima, una vida. Más allá y más acá de la ficción.

 LOS LIBROS

Juan Carlos Onetti. La vida breve. Editorial Sudamericana, 1950.

Bernardo Kordon. Vagabundo en Tombuctú y Alias Gardelito. Editorial Losada, 1956.

Sara Gallardo. Los galgos, los galgos. Editorial Sudamericana, 1968.

  1. E. Feiling. El mal menor. Editorial Planeta, 1996.

 

Texto: Yanina Audisio/ Foto: Cecilia Calderón

 

También te podría gustar...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *