Un barrio para atreverse
Hay barrios impersonales, algunos amigables, hasta prácticos -de acuerdo a nuestras ocupaciones-, tranquilos, comerciales… y, después, está San Telmo.
Como me dijo un conocido cuando hablábamos del lugar donde vivimos, “no sé si es el mejor de todos, pero es el mío y por eso lo quiero”. El barrio es un lugar donde uno despliega sus días cotidianos, no es un pasajero en él sino un caminante de sus cuadras, un conocedor de su idiosincrasia, un amigo de sus vecinos y, también, un crítico de sus males.
En el caso de San Telmo, lo que es seguro es que no se puede ser indiferente porque destila inquietudes de todo tipo debido a la variedad de gente que se relaciona con él. San Telmo es la vida misma. Por eso sorprende, porque no sabemos con qué nos podemos encontrar en cada momento. Y esto no es bueno ni malo, solo es así.
Como todo, es factible de mejora porque el barrio es el reflejo de la gente que lo puebla. La idea es que evolucione, no que cambie ya que si no sería una mala copia de otros lugares de Buenos Aires y, precisamente, lo que tiene San Telmo es la personalidad del grande, del que sabe quién es y cómo es y no necesita demostrarle nada a nadie, simplemente deja que lo disfruten los que se animan al crisol de razas, al intercambio de clases sociales, a la charla susurrante en una mesa de café o al batifondo de los tambores de la cultura afro que lo habita desde su nacimiento. Este barrio, base de la cultura ciudadana, tiene que ser cuidado como tal, resaltando sus valores históricos y haciéndolo emblema de una sociedad que se desarrolló en él para luego crecer y despegar hacia otros sitios linderos. Esto solo puede lograrse cuando la comunidad se enorgullece de sus orígenes y no reniega de ellos. Cuando eso sucede, los que lo visitan asoman su curiosidad descubriendo en cada lugar un pedazo de la cultura valorada, provocando en ellos el respeto a nuestra idiosincrasia -que primero debe nacer en nosotros, para luego poder infundirlo a los visitantes-.
Es inexplicable el sentimiento de pertenencia que provoca vivir en él, pero no es fácil. ¡Atrévanse!
Isabel Bláser