Un Día Cualquiera, Una Visión Distinta.
Es el atardecer de un día cualquiera. Un día hábil en hora pico. Los que no viven en San Telmo se apuran para subir a los colectivos. Otros, los que bajan, corren o calman su paso para llegar a casa. Hoy, soy de las que llegan y no sé por qué razón miro con ojos distintos una de las esquinas de Perú y Carlos Calvo. Podría decirse una esquina común de un barrio porteño. Lotería Nacional Kiosko, dice el cartel luminoso. Me quedo un rato detenida observándolo, como si lo viera por primera vez. Un anciano abre la puerta de la agencia y entra, poco después hace lo mismo una mujer. Entonces, impulsada por la curiosidad, entro yo también y con la excusa de cargar mi tarjeta SUBE, me acerco a Vanesa, una de las empleadas, quien me recibe ama blemente y le digo la verdad: no tengo la tarjeta. En realidad tuve necesidad de entrar, de saber cómo se trabaja en una agencia de Lotería, por lo que co mienzo a hacerle algunas preguntas. Ella accede con una sonrisa y me cuenta que algunos dicen que juegan porque necesitan el dinero para pagar deudas, otros tienen varios números favoritos a los que les apuestan siempre, también hay gente que elige solamente un número y lo sigue, sin duda con la esperanza de que algún día lo alcanzará. No faltan los que tienen cábalas, ni los que no quieren que se sepa lo que juegan y guardan las boletas en sobres, como grandes secretos. Muchos juegan el número de sus sueños, claro que en un mismo día mientras un cliente sueña con el cuarenta y ocho, otro sueña con el setenta y tres. Gracias a haberme “atrevido” a entrar, me entero que hace relativamente poco tiempo que Vanesa trabaja en la agencia, pero su compañera dice que el negocio tiene más de quince años y que lo único que ha cambiado desde entonces ha sido el kiosko, que antes era más chico. Las dos quieren contar, yo quiero saber y ellas quieren que se sepa. Ambas escuchan a sus clientes y comparten sus problemas pero les venden una ilusión que, aunque chiquita, hará que esa noche se duerman pensando que el día nuevo será mejor. Cuando salgo, la calle está agitada, es un ir y venir de gente, aquieto mi paso y me mezclo entre los vecinos de mi barrio con la convicción de que esta ya no es una esquina más. Levanto mi vista al cielo, miro la luna que brilla y sintiendo en la piel los primeros vientos de la noche me voy a casa.
Stella Maris Cambre