Un lugar de encuentro

Hace veintiséis años el Club General Belgrano abría sus puertas en Cochabamba 444. Actualmente, al emblemático Tango-01lugar -uno de los primeros en enseñar tango en Buenos Aires- se lo conoce simplemente como “Cochabamba”.

El lugar sigue funcionando como un antiguo y tradicional club de barrio: Al bar lo atienden personas de la comisión directiva que cocinan comida casera, las mesas son grandes y muchas veces compartidas entre desconocidos. La entrada es “a la gorra”, o sea que cada participante colabora con la cantidad de dinero que puede.

Carlos Curiel es el tesorero del club y está a cargo del buffet: “El primer profesor fue Pepito Avellaneda, continuó Efraín Ordoñez y luego se sumaron Gustavo Naveira con Olga Bessio y el Mingo Pugliese con Esther”, recuerda.

“Por aquí pasaron todos los maestros que actualmente triunfan en el mundo”,  explica

Curiel. Como el club se autofinancia, actualmente solo abre los jueves: a las 21 es la clase de tango a cargo de Eduardo Cappuzzi y Mariana Flores y a partir de las 23 es la práctica abierta, donde los participantes pueden aplicar Tango-02los pasos recientemente aprendidos antes de ir a una “milonga”, donde los códigos son más estrictos. Los que le sacan brillo al piso, bailan hasta las 3 de la mañana.

María Chinnici se ocupa de poner la música y de la comunicación gráfica de Cochabamba. Integra el grupo “Ana Postigo”, creado en honor a la bailarina/profesora que impulsó la movida de Cochabamba durante ocho años. Lamentablemente, Ana falleció a causa de un ACV en octubre de 2011. “Ella empezó con las clases y prácticas abiertas después de la crisis de 2001, cuando nadie tenía un ¨mango¨. Le dio un impulso enorme al lugar”, explica María.

“Con lo recaudado de las clases reinvertimos en parlantes nuevos, un proyector y el libro de fotos de Ana que publicamos recientemente. Todos -excepto los profesores-  trabajamos ad honorem, por amor al tango”, afirma Chinnici, diseñadora gráfica y una de las personas indispensables en el club.

“Es un grupo sencillo, familiar, a tal punto que algunas madres vienen con sus bebés. El noventa por ciento de los que vienen, son amigos que disfrutan bailando. Es un lugar de encuentro” agrega María. “Los profesores tienen muy buena onda, a veces se pelean, pero es parte del show. Cappu es un personaje único”, define la musicalizadora quien aclara que “la selección musical fue hecha por Ana y nosotros conservamos el estilo. Lo que ella hizo fue muy importante, porque fundó esta especie de ¨tango social¨”.

Son casi las 23 y los participantes -muchos jóvenes y algunos turistas- aplauden porque terminó la clase. La mayoría sonríe. Alguien invita a depositar $ 70 en una caja redonda, aunque aclara que “si alguno no puede pagar la clase, no importa”.

Hay una mesa reservada para los amigos de Cappu. El bailarín -de cabello rizado y recogido, con un ojo celeste y otro marrón-, que se caracteriza por su sentido del humor, se ríe de sí mismo. “Acá si pisás a alguien no pasa nada”, explica Cappuzzi, recibido en la “universidad de la calle”. Antes de ser bailarín famoso fue carnicero y peluquero, entre otras cosas. Gracias al tango, torció su destino y viajó por el mundo. Junto a su pareja de baile, Mariana Flores, tiene previsto una gira europea el próximo mes, que los llevará por ciudades como Milán, Cerdeña y Lyon.

Cada vez hay más personas en el salón. En la mesa, algunos toman cerveza y otros vino tinto. Todos brindamos por el encuentro y, antes de irme, María mira el salón lleno de gente y me dice: “Mirá ¿No es hermoso? Esto es ¨tango feliz¨”.

Texto y Fotos:Diana Rodríguez.

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