Un mundo aparte
2° Encuentro de Coleccionistas de Muñecas de la República Argentina
Lo primero que me llama la atención es que en el viejo Mercado de San Telmo, por la entrada de Estados Unidos, hay una escalera que conduce al primer piso cuya existencia desconocía. Adrián Cellone, el dueño de “Los Juguetes de Tati” y organizador del encuentro, nos recibe con cordialidad y nos muestra ese pasadizo secreto que nos lleva a un mundo totalmente nuevo para mí.
El Sol: ¿Cómo empezaste a coleccionar y por qué?
A.C.: Comencé hace 25 años, fui a un lugar de compra-venta a llevar unas cosas que ya no usaba. Busqué algo interesante para canjear y ahí conseguí mis dos primeras muñecas. Una Marilú argentina y una Eidema (otra fábrica de la época). Una tenía un dedito roto y la llevé al último Hospital de Muñecas que hubo en Buenos Aires, que era de Antonio Caro, en Salta e Independencia. Hablando con él, me dijo: “Qué pena que se lleven afuera estas reliquias que son parte de nuestro patrimonio y de nuestra historia”. Empezó a contarme sobre fábricas y comenzamos una relación: yo iba de vez en cuando al taller y él me explicaba cómo las reparaba. Comencé con esas dos, luego compré otra y otra y después armé catálogos con revistas de moda de las décadas de 1910 y 1920, porque en ese momento no había tanta información como ahora. Creo que empecé a coleccionar porque me encanta la historia y el trabajo artesanal que llevaba cada muñeca. Y también, quizás, por mi madre que de chica era muy pobre y su sueño era tener una muñeca que caminara. Ya más grande, empezó a comprar muchas muñecas y yo continué…
El Sol: ¿Cuáles son las muñecas que se conservan?
A.C.: De las muñecas exhibidas acá, la más antigua es una de 1870, la China Doll, que usaban los modistos para hacer sus modelos en miniatura, que eran vendidos a las condesas. Los llevaban a los palacios en baúles enormes con todas estas muñecas vestidas con las nuevas tendencias de cada temporada. Muchas son de las décadas de 1940 y 1950, hasta las contemporáneas, como las Pullip que generaron una movida mundial. Son coreanas de los años setenta y se siguen haciendo. Y también los bebés…
El Sol: ¡Me impresionaron esos bebés con facciones tan reales!
A.C: Sí, se llaman “Renacidos”, (“Re-born”), son de látex, con el peso y la postura de bebé. Están hechos por artistas para que parezcan lo más reales posible. Son muy coleccionables y hasta terapéuticos, porque al ser alzados dan la sensación de ser un bebé real, especialmente para las personas que no pudieron tener uno o lo perdieron.
El Sol: ¿Cuáles fueron las muñecas preferidas en nuestro país, a través de los años?
A.C.: La primera fue la Marilú, que apareció en 1936. Las cabezas se fabricaban en Alemania y los cuerpitos se ensamblaban acá y se le ponía el sello Marilú. Fue la precursora de la Barbie, con toda una línea de accesorios. Pero era una muñeca para una elite, duró de los años treinta a los cincuenta. Luego se empezaron a hacer las muñecas de caucho y de goma, que las niñas podían bañar y peinar. Otra muy popular en los años cincuenta y sesenta fue la querida Gracielita.
En otro salón del primer piso hay una treintena de personas venidas desde distintos puntos de Buenos Aires y de todo el país para este evento organizado por COMURA -Coleccionistas de Muñecas de la Rep. Argentina-, el sitio específico de coleccionistas creado por Elsa Keller y por el propio Adrián. El mencionado sitio, sin fines de lucro, comparte conocimientos, investiga y sube fotos de muñecas de los miembros del grupo.
Hasta allí llegaron las hermanas María y Mabel Castellanos (quienes donaron la colección más importante de muñecas y juguetes antiguos al Museo Isaac Fernández Blanco), dos señoras que son “instituciones” para los entendidos en la materia. Mabel, más “cascarrabias”, se niega a que le saquen fotos, mientras que María, con una candidez extraordinaria, responde las preguntas que le hace Daniela Pelegrinelli (autora del “Diccionario del juguete argentino”).
El público escucha con atención a María Castellanos, quien habla con sencillez de los recuerdos de la infancia; de las puntillas que Mabel cosía para confeccionar esas ropitas originales en miniatura; de “Antígona”, el negocio de muñecas antiguas que tuvieron las hermanas; entre otros temas.
Daniela Pelegrinelli abre el juego para los que quieran preguntar algo. Un joven pide la palabra, pero en lugar de preguntar felicita a María Castellanos por su labor en el Museo Fernández Blanco. Daniela intenta rescatar los momentos claves de la relación de María con las muñecas. La señora mayor relata una anécdota que mantiene fresca en su memoria: En una tarde otoñal, Celina, una niña de ocho años, se duerme abrazada a su muñeca, que se le cae y se rompe. Entonces, la niña llorando, dice “Se me murió mi bebé”.
“¿Cuál fue su muñeca preferida?”, pregunta Daniela. A lo que María, visiblemente conmovida, le responde una “Shirley Temple”. Se le nublan lo ojos al mencionarla. Y yo, que apenas puedo imaginar una muñeca igual a aquella “Ricitos de Oro”, también me conmuevo por su emoción.
Me voy pensando en la cantidad de mundos desconocidos que conviven dentro de este, mundo nuestro.
Diana Rodríguez
Muy buen tema, gracias por el aporte y la información proporcionada