Un sueño realizado
La fundadora y directora de El Sol de San Telmo cuenta cómo y por qué nació este periódico
Convencer a Catherine Mariko Black de realizar esta entrevista costó pero valió la pena. Había que justificar las razones y el aporte que la nota haría. Lo cierto es que, en lo que tarda el mozo en traer un café y nosotros en consumirlo, la directora de “El sol…” nos contó su vida. Es hija del encuentro entre Oriente y Occidente; entre el sentido artístico y el espíritu solidario. Nació en África, vivió en Hawaii y emigró a Estados Unidos continental. Para entender las relaciones entre las personas, la sociedad y sus conflictos, estudió religiones comparadas. Tomó el arte marcial chino como forma de vida y también de brindar el bienestar. Y un día de ya hace algunos años, sentada en un bar de este Buenos Aires; escribiendo en su diario, serenamente “le cayó ficha”, estaba haciendo lo que siempre había querido hacer: trabajar en la construcción comunitaria. Con ese espíritu nació “El Sol de San Telmo”.
¿De dónde sos, originalmente?
“Catherine es mi nombre inglés y Mariko el japonés. Mi papá es de Nueva York y mi mamá de Tokio. Ellos se conocieron en Tanzania en los años ’60, donde ambos estaban haciendo un trabajo humanitario. Se enamoraron y mi padre siguió a mi madre a Japón. Se quedaron un par de años y se casaron. Luego decidieron emigrar a Estados Unidos pero hicieron una escala en Hawaii que duró varios años. Pero mi padre, que es artista plástico, nunca pudo olvidar África, y leía los avisos clasificados de los diarios de ese continente hasta encontrar una oferta de trabajo. Mandó su currículum y volvieron a Kenia. Cuando llegaron por supuesto el trabajo no estaba pero se quedaron igual. Yo nací en Nairobi en 1976 y allí vivimos hasta 1984 cuando la situación política se puso cada vez más inestable. Entonces mis padres decidieron volver a Hawaii, porque es una mezcla entre lo occidental y lo oriental, donde viví desde los 8 hasta los 18 años. Mis padres aún viven allí.
De allí en adelante, ¿qué hiciste?
Mi salida de África fue muy traumática y mi relación con Hawaii al principio no era buena. La vida allí es muy tranquila pero muy provinciana y la encontré un poco sofocante en comparación con Nairobi, que era mucho más cosmopolita e internacional… supongo que el mundo me parecía más grande en Kenia. Así que toda mi adolescencia la viví pensando en escaparme de las islas, y después de la secundaria lo que más quería era viajar. Tomé un año sabático antes de entrar en la universidad, trabajé día y noche por seis meses, y di una vuelta del mundo durante otros ocho. Luego de ese año de recorridas fui a una universidad en el estado de Rhode Island, al lado de Massachusetts.
¿Qué estudiaste?
Entré en Letras, luego pasé por Antropología y terminé en Religiones Comparadas. Lo que quería estudiar era esencialmente la cultura humana y lo que la hace evolucionar. Las ciencias sociales me parecían muy teóricas, pero a mí me interesaban y aún me interesan los movimientos sociales y lo que los motiva. No solamente el dinero y la política, también esa cosa más profunda que proviene de la fe o de las convicciones. Escribí mi tesis sobre el movimiento moderno para la soberanía política del pueblo hawaiano de los Estados Unidos, y el rol de las tradiciones espirituales nativas en ese movimiento.
¿Y luego de recibirte?
Después de estudiar decidí volver a Hawaii porque gracias a la tesis lo descubrí de nuevo. Resulta que no es ni tan chiquito ni tan provinciano, sino que es un lugar increíble que tiene una cultura única en el mundo. Por esa época hacia periodismo en un diario semanal con el mismo formato de “El Sol…” y también trabajaba –muchas veces en forma gratuita– en organizaciones comunitarias que apuntaban a mejorar el medio ambiente y preservar la identidad cultural.
Pasé dos años en Hawaii y decidí ir a San Francisco, para curtirme más en el sector No Gubernamental, o lo que se dice la sociedad civil. Empecé a trabajar en una ONG bastante establecida de medios alternativos. Llegué a ser la directora de Comunicaciones, me formé en lo más pesado como son las relaciones públicas y estar al frente de la prensa de un evento de 2.000 personas. Fue una experiencia educativa muy importante para mí, pero luego de tres años estaba muy cansada y quería un cambio.
¿Es así como llegaste a la Argentina?
En aquel momento estaba trabajando con mi ex pareja, quien es argentino de origen, y pensábamos ir lejos por un tiempo. Se nos ocurrió Cuba, pero los padres de él querían volver a la Argentina y decidimos acompañarlos por un tiempo o hasta agotar los ahorros. Llegamos en el 2005 y él, que es periodista también, recibió una beca que nos permitía quedarnos dos años más aquí. En ese tiempo vinimos a vivir a San Telmo, y caminando por este barrio me sentía cómoda de una manera que no me sentía en otras partes de la ciudad.
Durante un tiempo me dediqué principalmente a la práctica de Kung Fu, porque en San Francisco mi fantasía siempre era tener más tiempo para entrenar. Cuando llegué a la Argentina encontré una muy buena escuela del mismo linaje que aprendía en San Francisco, y en parte gracias a mi práctica empecé a tener ganas de quedarme más tiempo en Argentina, sin fecha de salida. Fue en ese momento que pensé en hacer algo con las herramientas profesionales que tenía. Así nació el primer número de “El Sol de San Telmo”, en octubre de 2007. Al poco tiempo mi ex pareja y yo nos separamos y él volvió a Estados Unidos, pero a pesar de ser una decisión muy difícil, me quedé aquí.
¿Por qué elegiste San Telmo?
Es raro, siento que es una combinación de destino y de cosas que faltaban en mi propia historia. Digo destino porque un día estaba sentada en un café, escribiendo en mi diario y me di cuenta que había soñado desde chica con una imagen y una sensación igual a lo que tenía en ese momento. Cuando era chica siempre pensé que iba a terminar en Europa, porque cuando viví en Hawaii soñaba con estar en un ámbito más “civilizado”. Pensé algo como ´¿qué estoy haciendo acá con esta gente que anda siempre en bermudas y ojotas?´. Había estudiado francés, viajé, siempre pensando que terminaría en otro país.
Ese día me di cuenta que había terminado en el lugar justo que reunía lo que me encanta de la cultura, en una sociedad sofisticada como la porteña que es una de la más cultas que conozco, y la aventura en un país donde en cualquier momento puede pasar cualquier cosa. Dados mis orígenes nunca sentí añoranza por un lugar o pueblo en particular, nunca tuve un sentido fuerte de “Patria”, aunque siempre me sentí atraída por lo comunitario. Supongo que siempre quise pertenecer a algo más grande.
San Telmo me enamoró. Nunca había vivido en un lugar con tanta escala humana. Es realmente como un pueblo chiquito en la gran ciudad, y tiene una identidad y un sentido de pertenencia muy profundo. Además, al hacer un medio barrial encontré mi vocación que es hacer comunicación en pos de lo que me conmueve, que es el fortalecimiento de la comunidad.
¿Es sólo tu vocación o también hay alguna relación con el Kung Fu?
Es cierto, el Kung Fu también me conmueve, y estoy buscando la manera de combinar estas dos pasiones. El Kung Fu es una magnífica metáfora sobre cómo atravesar la vida, porque kung fu se traduce como “habilidad obtenida mediante esfuerzo y disciplina”. Con mi pareja actual tenemos un sueño: hacer un centro comunitario donde los conceptos de bienestar pueden ser desarrollados al nivel individual, social y ecológico. El periódico “El Sol de San Telmo”, por ejemplo, está basado en un concepto de bienestar colectivo o social. Lo que me brinda mi práctica interior me genera un agradecimiento que no puede quedar sólo en mí, sino que se tiene que llevar hacia el exterior. Y para mí, ese exterior es mi barrio, el lugar donde vivo y la gente con quien lo comparto. Por eso elijo la construcción comunitaria. Por eso elijo San Telmo.
—Entrevista: Daniel Boldini