Una ayudita para los amigos

Parece que uno cuando está de vacaciones, tiene la obligación de descansar física y mentalmente. Digo esto porque, en general, esos días sin horas marcadas por el reloj -tanto físico como biológico- quizás podríamos dedicarlos a motorizar proyectos de trabajo y de vida o pensar qué hacer con el futuro que imaginamos o imaginar -valga la redundancia- las diferentes opciones para solucionar lo que prevemos, aún con la incertidumbre que ello representa.

Todos en algún momento sentimos que alguien “se nos puso en contra” y que nada es peor de lo que nos pasa (obviamente no estoy hablando de desgracias personales). Y es posible que en ese instante sea así porque todavía no desciframos la situación, no pudimos “encontrarle la vuelta”, nos envuelve como si estuviéramos en el núcleo de un huracán y estamos desacomodados por el cimbronazo. Muchas de esas tantas veces, cuando pasamos el torbellino y miramos para atrás aliviados, notamos que esa circunstancia dio lugar a otras que no hubiésemos tenido en cuenta si eso no sucedía. Como por ejemplo: saber cuál es nuestro límite; hasta dónde llega nuestra dignidad o la creatividad que no nos permitimos desarrollar pero sí tenemos.

De cualquier manera, hay que reconocer que hay situaciones que uno ya las vivió y que no tiene ganas ni quiere volver a hacerlo, porque lo siente como un retroceso. Pero analizándolas, con el optimismo quizás propio de los inconscientes, tal vez eso es útil para indagar en la memoria, recordar qué hizo y qué no hizo en ese momento y adaptar esa acción al presente o, en su defecto, mejorarla.

Y si esto no es así, tenemos la opción de echar mano a esas frases célebres que muchas veces leemos y nos quedamos “colgados” en cada palabra que recorren nuestros ojos, vanagloriándonos de haberlas descubierto y tratando de memorizarlas para cuando necesitemos encauzar nuestro camino o expresar alguna idea inequívoca, con lucidez. En realidad con la lucidez de ese otro, que nunca sabrá que con su frase sintetizó el pensamiento de millones de semejantes que la usaremos como denominador común de lo que queremos expresar y no nos sale tan bien. Esto es lo que se llama, habitualmente: la sana envidia (si es que ello existe o es un invento de los envidiosos para vestir un defecto con ropa de virtud, cosa cada vez más visible).

Retrotrayéndome a esos pensamientos vacacionales, rodeada de un hermoso jardín bajo el caluroso sol de enero que me traía el viento incesante del mar cercano pero no invasivo, recordé algunas ideas leídas y necesité traerlas al presente para “pararme” en ellas, hacerlas mías y no solo usarlas como sabiondos adornos floridos.

Por eso quiero compartirlas, como un gesto de solidaridad vecinal y con el fin de saber que otros -antes- sintieron lo mismo y tuvieron la capacidad de pensar, imaginar, soñar y -sobre todo- de vivir con el corazón y la mirada puestos en el futuro.

 

Si…
Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor
la han perdido y te culpan a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptas que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.

Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y la derrota,
y tratar a esos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y arremangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.

Si puedes apilar todas tus ganancias
y arriesgarlas a una sola jugada;
y perder y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón y tus nervios y tendones,
a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados
y así resistir cuando ya no te queda nada
salvo la voluntad, que les dice: «¡Resistid!».

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud,
o caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el implacable minuto,
con sesenta segundos que no hayan transcurrido en vano,
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío!

Rudyard Kipling

(1865-1936)

Escritor y poeta nacido en Bombay-India británica, vivió en Inglaterra y fue Premio Nobel de Literatura en 1907.

 

Isabel Bláser

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