Una estética personal

DSCN0193El estudio de los Vitale es una casona antigua reciclada de la calle Estados Unidos al 600. Es un paraíso en medio de tanto asfalto. A la entrada, un enorme patio adonde confluyen varias habitaciones: una oficina, una cocina, un comedor y otros espacios, como un jardín al fondo donde se respira el olor a plantas. “Y eso que no viste mi estudio”,  dice Liliana con orgullo.

Hija de un militante anarquista y una profesora de piano, la hermana de Lito Vitale nació  en Villa Adelina, en calle de tierra, cerca de las vías. A los 13 años ya era delegada del centro de estudiantes de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) en la Juventud Peronista. “Nosotros crecimos en un clima de mucha libertad creativa, de mucha música de vanguardia. Como mi padre no podía trabajar, se convirtió en maestro de música, un poco porque siempre tuvo esta condición de enseñar y otro poco porque había  en la casa una tendencia claramente musical. Mi hermano ya tocaba el piano a los 3 años. Un piano destartalado que trajo mi viejo de la casa de un amigo y que reconstruyó piecita por piecita”, cuenta Liliana y recuerda las guitarreadas de los sábados en su casa, en los años ´60, donde se escuchaba mucho folclore, tango, el primer rock. La música atraviesa toda su vida.

El Sol: Pasaste por distintos géneros, ¿en cuál te sentís más a gusto?

Liliana Vitale: En mi adolescencia me nutrí de cantantes como Spinetta, Santana, el grupo Manal. Pero también, a través de mis viejos, escuchaba a Los Beatles, a Hendrix, Piazzolla. Culturalmente, me siento perteneciente al rock. Fue ahí donde surgió, el grupo M.I.A, en los años ´70. Empezamos a juntarnos mi hermano, Alberto Muñoz y yo, en el ´74. Y en el ´76 ya éramos un colectivo de quince personas, con distintas formaciones. El grupo nació como una cooperativa de artistas, músicos, poetas, artistas plásticos, técnicos y productores. Mis viejos se ocuparon de la organización de todo. Ellos inventaron algo que ahora es como modelo de producción independiente. En ese momento ninguno tenía la perspectiva que eso iba a ser como una actitud precursora de un sello propio, además de lo artístico, dedicarse a alquilar el teatro, vender las entradas, hacer todo autogestionadamente. En aquel momento, donde no se podían reunir más de tres personas, éramos como veinte.  Las listas negras nuevas que aparecieron, confirman que el rock no fue perseguido por la dictadura. No entendieron nada de lo que pasaban con el rock: no había una confrontación militante política, había poesía.

El Sol: Y después llegó la democracia…

L.V;  Sí y los que pertenecíamos al grupo MIA y a otros tantos colectivos que en dictadura funcionamos más cerradamente, nos abrimos a los centros culturales. Se tocaba en las plazas y ahí empecé a cantar sola, dentro de MIA. Cantábamos en dúo con Verónica Condomí. En el ´83 empecé a cantar primero sola con el piano y después, con músicos acompañantes que me enseñaron mucho. Hacíamos canciones de Alberto Muñoz sobre todo, con quien yo había tenido un dúo, que me enseñó un montón de cosas de la búsqueda creativa sin prejuicios. Después me enojé un poco con la “profesionalización”…

El Sol: ¿A qué te referís?

L.V.: En el ´89 para “profesionalizarme” había sacado un crédito en australes y me compré la camioneta, el piano, nos íbamos de gira, nos iba requetebién y después de todo eso debíamos 200 mil millones de dólares al Citibank (exagera). Como tantas historias personales, el lugar donde vivís y las cosas que pasan, te atraviesan y determinan. En ese momento me retiré por un tiempo y me fui a Córdoba cuatro años. Encontré un espacio para volver a cantar, enamorarme del canto y de la comunicación (enfatiza) no solo de ese lugar íntimo y propio de la búsqueda de una estética personal, sino esto de comunicar en el canto.

El Sol: ¿Qué te da más placer, grabar o cantar en vivo?

L.V.: Sin duda, cuando canto en vivo. Es por lo que sucede entre uno y la gente, quizás esa comunicación te da forma. De alguna manera somos el holograma de lo que ven en uno.

Luego, la conversación gira en torno a los premios y lo raro que resultan las categorías. Tuvo una nominación como “mejor cantante melódico romántica” y ganó un ACE a la música clásica… “El que me parece que más tenía que ver conmigo fue el que gané por un disco “La vida en los pliegues”, sobre poemas de Henri Michaux, elegido como “mejor  álbum de canción contemporánea”.

El Sol: Además musicalizaste fragmentos de Rayuela?

L.V.: Sí, lo hice y no me dieron los derechos para editarlos. El último disco que acabo de publicar, “Liliana Vitale al día” (que es CD y DVD), abre con una intervención rítmica sobre un texto de Cortázar,  “Me caigo y me levanto”.

El Sol; ¿Cuándo lo vas a presentar?

L.V.: Luego de la presentación en la sala Siranush, tocamos el 13 y 20 de diciembre en la Casa del Bicentenario, Riobamba al 900, a las 19.30 (ver recuadro). Toco con los músicos con los que grabé el disco.

El Sol: ¿Cómo es tu relación con San Telmo?

L.V.: Esta casa la compraron mis viejos en el ´84. Viví un par de años acá, antes de irme a Córdoba. Desde el ´94 vivo a la vuelta, en Perú entre Independencia y Estados Unidos. Hace poquito mi hermano se hizo la casa al lado del estudio. Está buenísimo San Telmo, es alucinante porque tiene barrio “a full” y, además, vivir en un lugar turístico te hace valorarlo también. Tengo una terraza impresionante, que me permite tener una pileta Pelopincho. Ayer lo veía y pensaba “esto es un tesoro”. San Telmo te permite ir caminando a todos lados. Además, el pasado negro se siente en el barrio. Y, cuando pinta la locura, caminás hasta la reserva y ves el río. Vivir en San Telmo es un re-privilegio. Me encanta.

Diana Rodríguez

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