Una Luz en el Horizonte
Cuando Isabel me invitó a escribir una nota para el último número de El Sol de este año, sentí —además de honrada y agradecida— algo de inquietud. Sobre todo, porque considero que este proyecto comunitario me trascendió hace años y porque, al no ser más una vecina de San Telmo, estoy bastante fuera de las temáticas y ocurrencias que seguramente les ocupan y preocupan a todos ustedes.
Pero luego medité un poco más sobre sus palabras: “Que le cuentes a la gente un poco cómo ves la sociedad, este futuro que está incierto… Me gustaría cerrar el 2023 con tu visión de lo que es San Telmo, pero en realidad, Argentina y, en realidad tampoco Argentina, el mundo en general”.
Y la verdad son cuestiones que me ocupan y me preocupan a mí también, desde Mar del Plata donde vivo con mi familia desde el 2019, como a muchísimas otras familias alrededor del planeta que buscan una claridad, una luz, en el horizonte después de estos años de profunda desarticulación, desorientación, y confusión. Desde los conflictos políticos nacionales e internacionales hasta la emergencia climática, desde el terremoto de la Pandemia hasta las incógnitas de cómo nuevas tecnologías cambiarán nuestra humanidad…hay mucho que complica y desestabiliza un sentido esperanzador del futuro.
Yo no veo mucha claridad en el horizonte. Sí veo mucho miedo, preocupación, enojo y soledad. Quizá sea esto último lo que más me hace eco. Porque desde mi óptica de comunicación y trabajo comunitario, lo que más se pierde cuando nos encerramos en nuestros mundos individuales —poblados solamente por gente que piensa, vota y consume igual que nosotros— es nuestra capacidad de encontrarnos con el otro. El otro en el sentido más profundo: no el vecino “seguro” o la amiga “macanuda”, sino el que realmente vivencia la realidad de una manera completamente diferente a nosotros y que, incluso, a veces, desafíe la nuestra.
Cuando permitimos que las redes sociales y la cámara de ecos de nuestros propios ámbitos culturales nos cierran las puertas al mundo real, donde la diversidad es un señalador de vitalidad (igual que en la naturaleza), perdemos nuestra capacidad de escuchar, ver y experimentar esa vitalidad. La misteriosa belleza del ecosistema sano se rompe ante la fragmentación de incontables nichos que no son capaces de interactuar por el beneficio mutuo, señalando la inevitable decadencia del sistema entero.
Por estas razones, el esfuerzo que uno tiene que hacer para abrir esa puerta y salir a la vereda vale el doble. El esfuerzo de parar y charlar con el kiosquero en vez de seguir apurado a casa; el esfuerzo de saludar y preguntar de dónde viene el vecino extranjero que acaba de llegar al edificio; el esfuerzo de dejar que sus hijos jueguen con esa familia que claramente tiene otra historia; el esfuerzo de juntarse con otros vecinos con regularidad para compartir y construir un barrio, un vecindario, en conjunto.
No estamos más en el siglo veinte, cuando la plaza, la escuela, la iglesia o la fábrica aseguraban una cohesión social ya íntegra y formada, con todos los fallos que tenían. En este mundo del siglo veintiuno, tenemos que estar conscientes de lo que estamos perdiendo para luego salir a recuperarlo: la comunicación, el respeto por alguien que haga las cosas de otra manera, la solidaridad con todos (no solo los nuestros), la compasión, la cooperación, la comunidad.
Por todas estas razones, el trabajo que lleva El Sol en San Telmo hace ya más de 16 años es más importante que nunca. Cuando yo empecé a publicar El Sol en la primavera de 2007, veía dos funciones que podía cumplir: una era compartir las increíbles historias que salían desde los poros de este barrio mágico y la otra era reforzar la fuerte identidad y solidaridad que tenía el vecindario ante los cambios traídos sobre todo por el turismo, que en esa época recién estaba empezando a desplegarse más allá de la calle Defensa y que amenazaba convertir al barrio en una farsa de sí mismo.
Hoy, no creo que el turismo sea el desafío principal contra el que se planta el vecindario. Creo que hoy, el peligro de quedarse desconectados, desconfiados y desesperanzados por todos los sacudidos externos es mayor. Es el mismo peligro que corre mi hermano en Hawai, mi madre en Japón, nuestros amigos en Mar del Plata e incontables más que expresan fastidio por lo que pasó y temor por lo que se viene. Pero El Sol de San Telmo sí, desde siempre, planteó que los desafíos se enfrentan mejor entre todos. Sin importar la edad, el partido político, la nacionalidad, la opinión sobre qué hacer con los adoquines o los vendedores ambulantes… porque el barrio es de todos los que eligen habitarlo y construirlo. El Sol de San Telmo es, sobre todo, un espacio de encuentro. Un encuentro entre las distintas ideas y voces del barrio, pero, sobre todo, un espacio donde la gente se puede juntar para decidir qué futuro quiere construir en conjunto.
De las lucecitas que sí existen en todo este sombrío panorama mundial, sé que El Sol es una. Mes tras mes, año tras año, el equipo detrás del proyecto decide seguir iluminando posibilidades, en vez de simplemente maldecir las tinieblas. Y de cada luz se desprenden más luces y así, las sombras empiezan a retroceder.
Eso es lo que yo quiero ver en el horizonte. E invito a todos ustedes, vecinos de San Telmo y del mundo, a verlo también. Porque lo necesitamos más que nunca.
Catherine Mariko Black