Una puerta abierta a los valores humanos

El fútbol que se palpita en la pizzería

El fútbol no solo despierta la felicidad exacerbada porque tu club acaba de ganarle el superclásico al histórico rival de toda la vida. También constituye un principio de vínculo primordial entre personas.

Un sitio de encuentro común de pasiones se concentra en la pizzería La Moderna, ubicada en Humberto Primo 699.

Las tardes domingueras son la excusa perfecta para que los vecinos del barrio de San Telmo ingresen en fila -casi en peregrinación y a punto de presenciar su propia misa- con sus camisetas coloreadas e inconfundibles, de acuerdo a la función que vayan a asistir ante el televisor de dicho local. Cuánto más importante sea el partido a observar (definición de un campeonato o de Copa Libertadores), más fanáticos se aglomerarán en el lugar.

Las sonrisas de felicidad y discusiones amistosas, se replican. Amigos, compañeros de trabajo o hasta familiares de la misma identidad sanguínea futbolera toman la decisión de reunirse frente a un Led TV ajeno y deshabitar -momentáneamente- su confortable hogar.

Cada individuo se posiciona en su mesa predilecta o aquella que conserva una cábala sagrada. El abanico de conversaciones se despliega en la previa del encuentro de fútbol. Los temas giran en torno al laburo, lo afectivo y las predicciones auspiciosas del equipo que aman desde su nacimiento.

En ese punto, el deporte sale a escena e inyecta los valores humanos esenciales en sus invitados, como la cordialidad, confianza, respeto y hasta amistad. Porque alguno de los cinco hombres, que se encuentran sentados en las sillas y con los ojos atentos al televisor, pudo haberse conocido en ese sitio.

Y si eso sucede, la actividad deportiva alcanzó su primera victoria en cancha: el origen de una posible amistad entre dos individuos desconocidos. Porque la similitud de los colores de la camiseta -ya sea hincha de San Telmo, Boca o River- son un pretexto para un inicio de relación humana. Y ese nexo que une a ambos puede evolucionar o involucionar el grado de la amistad.

Las cabezas se voltean y se concentran en el encuentro que acaba de empezar. Los gritos, comentarios, insultos, enojos y sarcasmo se alborotan en el ambiente silencioso de La Moderna. La mozzarella humeante y un vaso de cerveza espumosa decoran el clima futbolero, mientras que breves diálogos se entremezclan con la voz del relator que se escucha salir de la pantalla.

El cotejo transcurre al igual que la impaciencia se acrecienta. Los mozos aprovechan el intervalo de descanso del partido y  recogen, cautelosamente, los residuos alimentarios.

Los noventa minutos se consumen sin gritos de gol y la decepción los abate hacia el camino a la salida del local. Sus pies desganados recorren las calles del corazón de San Telmo, hasta toparse con su destino.

Pero, a pesar del resultado, los lazos humanos arrebataron un triunfo. Porque un grupo de seguidores de Boca se promete volver a ver sus caras, el próximo fin de semana. Por ahí pretenden verse nuevamente para no destruir su cábala o su intención radica en formar un nuevo grupo, a raíz de la empatía que han elaborado.

Si esa relación prospera y el objetivo de la reunión no se delimita a una cuestión futbolera, se dirá que una nueva amistad empezó a rodar.

Martín Magurno

 

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