Una temporada en el infierno

Santiago Espeche, artista visual que triunfa en el mundo.

Le gusta jugar: con las palabras, con los colores, con las imágenes. Hijo de diplomáticos, nació en Roma el 22 de diciembre de 1973. Llegó a la Argentina a los 5 años. De los 6 a los 11 vivió en Nueva York y pasó su adolescencia en Argelia. Toda una vida viajando, aprendiendo, experimentando.

Hoy, a los 45, Santiago Espeche expone en el mundo su arte satelital. Si bien lo marcó el hecho de haber nacido en la meca del arte y haber “mamado cultura” desde chiquito, este vecino de San Telmo es autodidacta y se deja llevar por la intuición. “En realidad la poesía es mi primer arte”, explica Santiago en el living de su casa de Balcarce y Estados Unidos.

Creció leyendo a Arthur Rimbaud -entre otros poetas malditos- y su obra está inspirada por la literatura de Jorge Luis Borges, Fernando Pessoa y Dante Alighieri, entre otros.

“Una imagen satelital es la síntesis de un instante en un momento irrepetible de la historia de la Tierra” señala Espeche, quien trabaja en la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE).

El Sol: ¿Cómo y cuándo empezaste a desarrollar esta técnica?

S.E.: Comencé a mirar con interés las imágenes de los posters de los científicos, que no necesitan de un artista para ser bellos. Y tuve la suerte de ser capacitado en el procesamiento avanzado de imágenes satelitales. Siempre mi forma de aprender fue lúdica: juego a la pareidolia y termino en un ejercicio neofigurativo. Por ejemplo, hice una serie llamada “Océano es desierto”, con imágenes satelitales de desiertos que transformé en reminiscencias acuáticas. Una vez caminando por el Sahara, encontré restos de algas marinas, ya que -hace millones de años- los desiertos eran océanos. Fue como una manera de devolverles su origen.

Santi -como le dicen sus amigos- convida mate y frutos secos. Habla de la capacidad de síntesis, como denominador común tanto en las imágenes como en la poesía. Y de la impermanencia de todas las cosas. “No nos bañamos dos veces en el mismo río”, pienso en voz alta. “Exactamente”, me responde él al tiempo que destaca que, causalmente, toda su obra está influida por Heráclito.

Sus obras han recorrido lugares como Japón, Arabia Saudita, Italia y Estados Unidos. Parte de una imagen satelital de algún sitio del planeta y lo utiliza como lienzo virtual. La variedad de tonos los da la diversidad del suelo, tanto de su topografía como de la energía que irradian los elementos.

Venís de exponer en Italia…

Sí, a fines del año pasado presenté “La Divina Comedia satelital” en el Palazzo Firenze, la sede central de la Dante Alighieri en Roma. La serie está compuesta por imágenes satelitales de todo el mundo. Son tres libros gigantes: el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, en papel “fine art”, encuadernados por Gabriela Hegi, con caligrafías de Marcelo Salvioli. A su vez, las imágenes animadas en video componen la escenografía de una ópera unipersonal que hice con el colectivo de artistas Matte Kudasai: Pablo de la Reta hizo la música original y mi hermano, Iván Espeche, actúa, canta y narra con la dirección de Oreste Valente.

 ¿Y ahora que proyectos tenés?

Estoy terminando una serie especial sobre la resiliencia para el Banco Mundial con imágenes satelitales del Caribe. La serie es para ser exhibida en un evento sobre la Comprensión en el Manejo de los Riesgos Ambientales, que se realizará el próximo 26 de mayo. Y, para 2021, fui seleccionado junto con un artista alemán y otro italiano para una edición limitada de la Divina Comedia conmemorando los 700 años del nacimiento de Dante Alighieri.

¿Cómo es tu relación con el barrio?

Me encanta lo antiguo -que va contrastando con lo moderno- y su poética. Aunque deberíamos, entre todos, ocuparnos más de la limpieza del barrio.

Cae la tarde y los últimos destellos de luz se filtran por el balcón francés que da a la tradicional esquina santelmeña de calles adoquinadas. Se acabaron el mate y los frutos secos. Quedan flotando en el aire los ecos de la conversación con el artista y su mundo personal.

                                                                                            Texto y foto:  Diana Rodríguez

 

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