JULIO LÓPEZ – Una vida intensa y ecléctica
Muchas veces decimos que no podemos zafar de nuestro destino y creo que la vida de este exbailarín, coreógrafo, director de obras de teatro- así lo demuestra.
Nació en la ciudad de Gijón, al norte de España, en 1938. Sus padres, él español y ella argentina, decidieron venir a nuestro país a mediados de 1942. Se embarcaron en Vigo, en plena guerra mundial y aunque Julio tenía un poco más de tres años, describe ese momento como si fuera ahora: “Mis primeras imágenes son un mar infinito, las luces de algún puerto, las correrías por la cubierta y entrar a las cocinas. Pero también recuerdo quedar maravillado con los delfines acompañando al barco con sus saltos y, especialmente, las imágenes de mi madre durante la fiesta del cruce del Ecuador (la línea que divide el hemisferio norte del sur cuyo festejo forma parte de una tradición marítima), con un traje de plumas de “pavo real” que luego conservó muchos años porque lo había hecho mi abuela”.
Al llegar, su vida transcurrió como la de cualquier chico y a los diecisiete años entró en la Escuela Nacional de Náutica pensando seguramente en un futuro convencional. Pero no fue así porque “un amigo me invitó a ver un festival internacional de danza en el Teatro Ópera donde se presentaban diferentes compañías, entre las que se destacaban el Bolshói, el Ballet de Berlín, la impactante alemana Dore Hoyer -de larga trayectoria en Argentina- y el Ballet Nacional Chileno dirigido por el Maestro Ernst Uthoff presentando una coreografía que nos movilizó a todos: “La mesa verde” obra cumbre de la danza expresionista alemana, primer premio en el Festival de París en 1932, creada por el Director alemán Kurt Jooss (1901-1979) cuya temática -un alegato sobre la guerra- resultaría premonitoria de la Segunda Guerra Mundial.
Allí se me abrió un mundo desconocido: la ¨danza expresionista¨, por lo que no dudé en escabullirme a los camarines con el fin de conectarme y pautar cualquier posibilidad futura de entrar a la Escuela de Danza dependiente de la Universidad de Chile.
Hasta ese momento había tomado algunas clases particulares de danza pero nada importante, por lo que me preparé; hice el servicio militar y a las dos semanas de terminarlo me fui en tren a Chile, a la aventura pero con la decisión de lo que quería hacer. Eso es fundamental para cualquier chico/chica joven. Después todo se desencadenó”, relata.
Entonces ¿Descubriste la danza o ella a vos?
® Las dos cosas, aquella función en el Teatro Ópera jugó -sin ninguna duda- en mi decisión de dedicarme a la danza en lugar del teatro, el mimodrama o todo aquello que tuviera olor a escenario.
¿Qué opinaban tus padres de tan drástica decisión?
® Siempre me moví solo, incluso mi padre antes de empezar a bailar recuerdo que me dijo: te vas a dedicar a la danza que es pan para hoy hambre para mañana… Pero debo decir que hice lo que quise.
¿Cómo te fue como bailarín en Chile?
® Estuve siete años. Desde 1960/62 en la escuela, al final del segundo año me llamaron para la compañía oficial -cosa que no era usual-, durante el 1962 hice el tercer año en la escuela y al mismo tiempo en el ballet, porque la sede era la misma. Luego seguí con la compañía e hice una gira fabulosa por Nueva York donde (tenía 23/24 años) me vi bailando en el cuerpo de baile del Lincoln Center -en la sede, ya que son tres teatros: el del ballet y la filarmónica estaban construidos y el Metropolitan Museum of Art estaba en obra- donde hice siete funciones. Luego realizamos una gira muy grande por los Estados del este y decidí pedir permiso para quedarme en Nueva York para estudiar.
Comencé en la Escuela de Ballet Americano con Stanley Williams (1925-1997) donde iban a tomar clases particulares los primeros bailarines del New York City Ballet. Audicioné para su compañía, pero no me tomaron, entonces pedí licencia en Chile por un año para volar a Europa (1967).
¿Con algún objetivo o a la aventura?
® Cuando llegué comencé a tomar clases con mi maestro de clásico en Chile, Hans Zullig (1914-1992), que era maestro del expresionismo alemán y había vuelto a Europa. Él llamó por teléfono a John Cranko (1927-1973), quien hacía poco tiempo era director de la Academia de Baile en Stuttgart donde se podía audicionar. Lo hice y me aceptaron, por lo que enseguida estaba ensayando con uno de los mejores coreógrafos del siglo XX y en el famoso Ballet de Stuttgart. Más tarde estuve tres años en la Múnich International Ballet School.
Imagino que habrás viajado por todo el mundo…
® Sí, crucé Europa y Asia para conocer a un bailarían que decían se parecía a mí y vivía en Teherán y estuve en su casa; luego viajé a conocer Persépolis, al sur de Irán, donde se celebró la famosa fiesta de los 2500 años del reino persa -1971- ya que era la época del sha de Persia y su mujer Farah Diba gran promotora de la misma. Volviendo a Europa y estando en el medio de Rusia esta invade Checoeslovaquia, como no tenía plata para tomar un avión crucé en un ómnibus que fue por Grecia y entró en Yugoeslavia en la época de Tito.
También fuiste testigo de ese momento histórico…
® En Europa estaba el muro, la gente de los países del este no tenían nada, era todo muy pobre comparado con Alemania donde también había problemas políticos. En su momento atravesé el Mayo francés (1968); una época de importantes movimientos político-sociales.
¿En Europa quiénes fueron tus contemporáneos en la danza?
® Muchos, pero destaco un evento. En el Festival de Spoleto -que se realiza anualmente desde 1957 en ese pueblito italiano y donde se concentra todo el mundo artístico -cineastas, actores, pintores, bailarines, escritores, etc- casi siempre en el mes de julio, bailé Romeo y Julieta de John Cranko.
Por otro lado, tomé clases con Pina Bausch (1940-2009), bailarina alemana pionera de la danza contemporánea y una de las más grandes coreógrafas y directoras del siglo XX, en la Folkwang Schule. En ese momento ella no había empezado a hacer coreografías, ya que formó su compañía tres años después que volví al país a principios de 1970.
¿Acá cómo te insertaste?
® Siempre he tenido suerte, a los pocos días me llamó Oscar Araiz porque iban a organizar el primer Ballet del San Martin y aunque tenía pensado volver a Alemania, cosa que le dije a Oscar, él me propuso que ensayara igual “La Gorgona y la Mantícora”.
En definitiva, me quedé tres años en el San Martín, luego de ese tiempo echaron a todo el grupo porque no había presupuesto y el Secretario de Cultura de ese momento consiguió que fuéramos a bailar al Cervantes, donde estuvimos dos años y estrené algunas obras como bailarín, incluso una de temática para niños.
Cuando quedé en la calle decidí colgar las zapatillas y en ese momento Esmeralda Agoglia (1923-2014, primera bailarina, directora y coreógrafa) me mandó avisar que había un concurso cerrado para entrar en el Teatro Colón porque el grueso de la compañía se jubilaba. Eso fue a fines de 1974 y a principios de 1975 entré y estuve 17 años como bailarín hasta, que me jubilé.
¿Te acordás cuál fue la primera obra que interpretaste en el Colón?
® Sí, El Lago de los Cisnes presentado por Maya Plisétskaya (1925-2015). Por otro lado, he compartido el mundo de la danza con Silvia Bazilis Catal, Eduardo Ibáñez, Liliana Belfiori, obviamente Julio Bocca, Maximiliano Guerra, Eleonora Cassano, Hernán Piquín, Cecilia Figaredo, entre muchos otros.
¿Existe la danza nacional o rodea lo ya establecido?
® Según qué rama, pero siempre se trabaja sobre lo que ya establecido. Los maestros del exterior fueron los formadores de los bailarines argentinos. Por ejemplo, acá hizo escuela Dore Hoyer (1911-1967) a quien -como mencioné- vi en ese primer festival que me abrió al mundo de la danza y con quien se desarrollaron todas las bailarinas modernas argentinas.
Todo vino de Europa porque el desarrollo de la danza en Estados Unidos se produjo más tarde. En el Teatro Colón, en 1907, un grupo de bailarines ya mezclaban danza con la ópera; eso hacía la famosa bailarina rusa Ana Pávlova (1881-1931) pero era clásico de carácter.
¿Para las coreografías hay una mirada desde el baile o también actoral?
® Todo se une, no estudié actuación pero conociendo el expresionismo alemán uno se da cuenta que la danza tiene algo actoral aunque siempre basado en ella y con otro lenguaje. Las materias que teníamos en la escuela en Chile también eran interpretación e improvisación y eso lo utilizo en mis coreografías.
¿Cuándo comenzaste como coreógrafo?
® Fue en 1986 cuando todavía era bailarín y estaba en el Ballet del Colón. Siempre recordé lo que ponía en práctica Cranko cuando a los coreógrafos jóvenes les prestaba los bailarines de la compañía y todo el teatro para hacer sus primeras experiencias. Eso se lo propuse al director general del Teatro Colón en su momento y llegué a armarlo con otros tres coreógrafos e hicimos la primera obra tango con Piazzolla. Éramos Rodolfo Lastra / Carlos Baldonedo / Jorge Amarante y yo.
Julio López, no solo se destacó como bailarín, sino también por su producción coreográfica realizada para el Teatro Colón, Teatro Gral. San Martín, Teatro Argentino de La Plata, NúcleoDanza, Ballet Argentino, Ballet Nacional de la Ópera de Eslovenia, Palacio de las Artes en Brasil, entre otros.
Por ejemplo, la coreografía de “Huis Clos” basada en la obra de J.P. Sartre (1986) la realizó para el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín; “La casa de Bernarda Alba” la creó para la Ópera del Colón y a raíz de ello fue invitado a presentarla en la Ópera de Eslovenia (1991) y en San Carlo de Nápoles, Italia. En enero de 1990 se presentó en España el ballet Dos Mundos con su coreografía, música de Vivaldi y Piazzolla e interpretada por Julio Bocca y Eleonora Cassano que fue todo un éxito. Asimismo para la Opera Nacional de Eslovenia, hizo la coreografía de “Sueño de una noche de verano” (1993).
Como vemos, su arte está estrechamente ligado a tres de los bailarines más reconocidos del mundo, coreografiando obras que ellos interpretaron. Por ejemplo: Maximiliano Guerra en “Contrabajo para hombre solo” (1988, Festival de Varna), que deslumbró;
Maya Plisetskaya “El Reñidero” (1995, Teatro Colón), Julio Bocca, “Dos Mundos” (1990 en Italia y España) – Piazzolla en concierto” (1995).
Precisamente ahora está revisando su creación “Dos Mundos”, que va a llevar a Panamá en octubre. En ella “contrapongo a Piazzolla con Vivaldi. Cuando la hice originalmente, le dije a Lino Patalano de ir a ver a Astor para pedirle permiso porque no era una persona fácil. Volamos a Punta del Este donde estaba viviendo con su mujer Laura Escalada, nos invitó a almorzar, le expliqué la idea, se levantó, trajo su primer bandoneón y empezó a tocar… estábamos él y yo solos. Un momento único”, relata Julio.
Del mundo, llegó a San Telmo “porque un compañero del ballet del San Martín me comentó que había visto un departamento en Av. Paseo Colón al 1000 y lo había reservado. Yo vivía en uno chiquito por la zona norte, entonces le pedí plata a mi papá y con un dinero que me devolvieron por el aporte a mi jubilación en Alemania, di el adelanto y después fui pagando el resto haciendo malabares”, cuenta y agrega: “Me gusta la vida en el barrio, los bares, todo eso en general. Camino siempre hasta el Parque Lezama, tomo un café por ahí o acá en ¨Lo del francés¨ -aunque debo decir que les falta tener diarios-”.
Julio López es otro valor intangible que habita San Telmo; su tenacidad en lograr el virtuosismo en una profesión solo para elegidos demuestra, acabadamente, el porqué de su trayectoria.
Isabel Bláser