Visita conmigo

Cualquier motivo es bueno para empezar a vivir.

Se parió el minuto inicial, se creció en el suspenso de las horas, los días o cualquier tiempo. También se explota en la esencia del deseo profundo de mostrar cada momento como propio.

En esa idea estaba cuando golpearon la puerta de mi casa. Lo hacían de manera insistente, sin ritmo, sin espera. Sobresaltada por la abrupta interrupción de mis pensamientos, espié por la mirilla y me vi. Alegre por la inesperada visita y sin importarme lo desalineada que estaba, abrí y me fundí en un abrazo apretado y sentido, conmigo.

Cuando me dejé pasar al living de casa, me detuve y aprecie cada detalle de mi presencia serena y vulnerable. Emocionada me ofrecí asiento y preguntándome qué quería tomar compartí un café como me gusta, cargado y corto.

No dejaba de mirarme y recordar uno a uno estos años que había pasado. En espejo me devolvía cada gesto y mis labios me hablaban en diálogo abierto, aunque encerrando cada pregunta la respuesta sabida. La ropa, los zapatos, el pelo débil y escaso, la ausencia de maquillaje, la voz firme en vocabulario rico, hacían que la conversación conmigo fuera entretenida, pese a que nada de lo que hablaba me era desconocido. Me vi tal como soy y fue allí cuando me pregunté, a qué había venido sin que me tomara a mal la inquietud, pero a sabiendas que la respuesta era la única posible, la que conocía desde que decidí visitarme.

Con gran entusiasmo recorrí mi casa de mi mano y con cada comentario, detallé los espacios íntimos en los que pasaba los momentos conmigo y la visita era presente, vital, eufórica. FELIZ. Me propuse quedarme a cenar y preparé mi comida preferida que comí con hambre mirándome en la costumbre de hacerlo en la cocina.

No fue necesario prender luces, ni escuchar música, ni prender el televisor. Para qué si estaba conmigo y en esa compañía hacía años que aprendí a disfrutarme. Una caricia de mi mano me dio dulzura y un beso de mi boca en la punta de cada uno de mis dedos, ternura. Cosquillas a modo de mariposas me estremecieron y una vez más yo y yo nos animamos a disfrutar.

Se hizo tarde. Debía volver y me despedí. Caminé apesadumbrada por la partida que debía afrontar y quedé en que volvería a verme al día siguiente. Esta vez sin prisa. Me di una llave para entrar y salir cuando quisiera.

Una extraña sensación de vacío me sacudió. Yo me había ido. Me había dejado SOLA. Otra vez sola.

No es cierto. Cualquier motivo no es bueno para empezar a vivir. Hablaré conmigo esta noche antes de dormir para decirme cómo hacer para vivir en soledad.

                                                                                   María Silvia Machicote

Ilustración: Violeta Fijalkauskas

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