WITOLDO
Arrogante, seductor e irreverente cultor de los malos modos.
Witold Gombrowicz nació en 1904, en el seno de una familia de la nobleza polaca, en el Señorío de Małoszyce.
Por su histrionismo y desparpajo se destacaba en los cafés de intelectuales de la Varsovia de preguerra, donde publicó sus “Memorias del período de la inmadurez” y su novela “Ferdydurke”, una mordaz crítica del nacionalismo burgués de su país.
Llegó a Buenos Aires en 1939 a bordo del vapor Chrobry, invitado por un grupo de escritores polacos. Debía regresar en el mismo barco pero, durante el viaje, Alemania invadió Polonia y estalló la guerra.
Aquí, Gombrowicz será un inmigrante desclasado y vivirá en condiciones de extrema pobreza. Embriagado de extranjería impune, va a alquilar una pieza con ventana a la calle, en el segundo piso de la calle Venezuela 615, CABA. Allí vivirá muchos años y escribirá sobre el extraño amor que le suscitaba este país, al que llamaba “la Patria”:
¿Triangular? También cuadrada, azul, ácida en el eje, amarga desde luego, sí, pero también inferior y un poco parecida al brillo del calzado, a un tono, a un poste o a la puerta, también del género de las tortugas, fatigada, embadurnada, hinchada como un árbol hueco o una artesa. Cualquier cosa que diga puede aplicarse a la Argentina”, escribía en su diario.
Gombrowicz acostumbraba a deambular como un sonámbulo por las calles adoquinadas de San Telmo, donde reencontraría su amor por lo inmaduro, lo bajo, lo incompleto. El camandulaje porteño pronto lo siente como propio y lo bautiza Witoldo.
Durante el día Witoldo paraba en el Bar El Querandí, de Perú al 300 y, por las noches, caminaba por la Costanera hasta la Torre de los Ingleses. Desde allí miraba las terminales de trenes y más lejos el puerto, donde los marineros circulaban aburridos y disponibles. “El polaco errante” se relamía: Soy persona sencilla y en materia erótica mi maestro es el pueblo.
Sus amigos le consiguieron un puesto en el Banco Polaco de Buenos Aires. Allí, en el aburrimiento de las horas muertas de un empleado raso, comienza a escribir sus colaboraciones para “Kultura”, la revista de los polacos exiliados en París, que serán leídos de contrabando en su país. Nacía el mito “Gombrowicz”. Corrosivo y tragicómico, Witoldo atacaba satíricamente las tradiciones y la historia de su país, su literatura y su nacionalismo naif. Polemista, extravagante y provocador, daba consejos sexuales para amas de casa y diseñó una máquina para fabricar santos de plástico. Era alguien en constante invención, a contrapelo de sí mismo.
“Tu sensibilidad patológica a las antinomias no es otra cosa que el deseo de humanizar las zonas bárbaras”, le dejó escrito su amigo Bruno Schultz.
Witoldo filosofaba a través del absurdo, de la risa y del sarcasmo. Daba clases sobre Heidegger en el café Rex del centro porteño. Recitaba “Ser y Tiempo”entre las mesas. Sus discípulos eran artistas noveles y escritores con quienes va a realizar, en lenguaje infantil, una traducción colectiva de “Ferdydurke”, que publica la Editorial Argos, en 1947. “Con un estilo absurdo y desaforado acontece un agudo análisis de lo subyacente que desnuda las muecas y las máscaras del hombre burgués y su simulacro” dijo Ernesto Sábato, quien prologará la segunda edición.
Pese a su marginalidad, Gombrowicz se convirtió en un escritor de culto, un escritor de pocos y para pocos (lo seguían, entre otros: Germán García, Juan Carlos Paz, Antonio Berni, Miguel Grinberg) y en una piedra en el zapato dentro de una cultura fosilizada. Carlos Mastronardi lo vincula con el gran mundo: Bioy Casares, Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges quien lo despreciaba, tratándolo de escritorzuelo y bautizándolo «el conde pederasta”. Para Witoldo, Borges era “un plebeyo europeizante”. Juan José Saer afirma que, más que enemigos eran complementarios y Ricardo Piglia que “eran los dos más grandes”.
Witoldo tuvo un puñado de seguidores apasionados: el dibujante Mariano Betelú, “el Dipi” Jorge Di Paola, “el Ruso” Alejandro Rusovich y “el Goma” Juan Carlos Gómez, quienes serán los protagonistas del film de Alberto Fischerman “Gombrowicz o la seducción”, en1986. “La seducción”, traducción de su obra “Pornografía”, de prosa transgresora muy afín de las vanguardias europeas de su época, aparece en 1948. Ese mismo año, Gombrowicz había escrito la obra de teatro “El casamiento”, que Jorge Lavelli presentó en París, años después.
Gombrowicz obtuvo el Prix international de littérature y el Premio Formentor en 1967. Aunque era un desconocido para propios y extraños, fue nominado para el Premio Nobel por cuatro años consecutivos y obtuvo una beca de la Fundación Ford para viajar a Berlín.
En 1964, se trasladó a Vence, cerca de Niza, donde conoció a la canadiense francoparlante Rita Labrosse, quien será su editora, su traductora y su mujer.
En 1969, minado por una enfermedad pulmonar, Witoldo pide una pistola o veneno para quitarse la vida. Rita va a encontrar el remedio para sus males del cuerpo. Organiza su Curso de Filosofía en seis horas y cuarto. “Nada le gustaba más que hablar de filosofía” decía su amigo el poeta Czeslaw Milosz.
Gombrowicz asume el curso con humor y energía, grita como un actor: “¡Hegel no tiene que ver con nosotros, porque nosotros somos danza!”.
Va a monologar durante seis horas y cuarto a partir de una especie de “genealogía del existencialismo”, imaginando el dibujo de un “árbol genealógico” cuyo tronco será Kierkegaard, una rama será Marx que necesita de Hegel, al que no se ingresa sin conocer la “Crítica de la Razón Pura” de Immanuel Kant, que a su vez extrae su savia de Hume y de Berkeley. Va a advertir que será indispensable leer a Aristóteles y un poco de Platón, sin olvidar a Descartes, padre del pensamiento moderno.
Lecturas que sirven de prolegómeno para abordar el espíritu trágico de Nietzsche y la fenomenología (Husserl), sin la cual no se puede abordar “El ser y la nada” de Sartre, ni “Sein und Zeit”de Martin Heidegger.
Durante todo el Seminario, Witoldo estuvo exultante. Rodeado de un grupo de estudiantes de distintos países, parecía una escena del “Fedón” de Platón: el maestro rodeado de sus discípulos que lo protegen porque saben que la muerte está cerca. Unos meses después de terminar el Seminario, Witold Gombrowicz murió en Vence.
Unos días antes, su amigo “El Goma”, Juan Carlos Gómez, había recibido una carta escrita por Witoldo desde Francia, en la que recordaba la esquina de Venezuela y Perú. Esa esquina de Monserrat lindante con San Telmo hoy luce una modesta placa que recuerda a Witold Gombrowicz, un escritor polaco que supo amar a la Argentina como es: compleja, sutil y pudorosa.
Horacio -“Indio”- Cacciabue